Por Ericka Portilla
Una vez más, las autoridades celebran el crecimiento del Producto Interno Bruto regional como si fuera sinónimo de bienestar. Esta vez, el caso es Tarapacá: según Emol, su PIB creció un 6,1% durante 2024, convirtiéndose en la segunda región con mayor crecimiento del país, impulsada por la minería, particularmente por el cobre.
La pregunta fundamental es: ¿creció para quién? Porque en la lógica capitalista, el crecimiento del PIB no mide ni justicia social, ni equidad territorial, ni menos aún dignidad para la clase trabajadora. Solo mide la velocidad con que se incrementa la actividad económica, sin preguntarse si esa riqueza se queda en la región o si, como ha sido históricamente, se fuga a Santiago, a las matrices transnacionales y a los paraísos fiscales.
Tarapacá, como gran parte del norte de Chile, es víctima del extractivismo neoliberal, ese modelo que reduce territorios vivos a zonas de sacrificio para alimentar la voracidad del capital.
El cobre sale del suelo tarapaqueño, pero los servicios básicos son precarios, en especial en Alto Hospicio y las zonas rurales; el empleo es inestable y subcontratado, con salarios bajos y condiciones laborales indignas; la contaminación y el deterioro ambiental avanzan, afectando a comunidades indígenas, agrícolas y urbanas; y por último, la riqueza generada no queda en la región, porque las grandes mineras tributan centralizadamente o ni siquiera tributan en Chile gracias a franquicias legales y elusión estructural.
Así, el crecimiento que celebran los tecnócratas es ajeno al bienestar del pueblo trabajador. Es, en el mejor de los casos, una estadística que engorda los balances de las mineras y sirve de discurso electoral para los gobiernos de turno.
Celebrar el crecimiento del PIB sin mencionar la desigualdad es una forma de engaño ideológico. Porque mientras el PIB sube, también suben los campamentos en zonas periurbanas de Iquique y Alto Hospicio; sube el precio de los arriendos y los alimentos; sube el desempleo estructural fuera del sector minero; y también sube la criminalización de la protesta social.
¿Qué dice el gobierno regional sobre esto? Nada. Están demasiado ocupados cortando cintas y posando para la prensa empresarial. Porque en el Chile neoliberal, los gobiernos regionales muchas veces actúan como gerencias zonales del capital, no como representantes de las mayorías populares.
Desde que tengo memoria, el desafío es “diversificar la economía”. Palabras que ya hemos escuchado por 40 años. Pero no se diversifica nada cuando el modelo sigue centrado en la exportación de materias primas sin valor agregado, sin industria nacional, sin ciencia soberana y sin participación popular.
¿Diversificar para quién? ¿Quién planifica esa diversificación? ¿Dónde están las universidades públicas regionales liderando esa transformación? ¿Dónde está la voz de los sindicatos, de los pueblos originarios, de los territorios? Si la respuesta es “en ninguna parte”, entonces no hay diversificación, solo maquillaje.
El crecimiento real no se mide en puntos del PIB. Se mide en poder popular acumulado, en acceso universal a la salud, en planificación económica democrática, en soberanía sobre los recursos naturales. Todo lo demás es propaganda.
Tarapacá no necesita más discursos triunfalistas. Necesita nacionalización total del cobre, con control regional y social sobre la renta minera; redistribución real del ingreso hacia las comunas sacrificadas; trabajo digno y planificación estatal participativa; y un modelo post-extractivista que respete a los pueblos y la naturaleza.
El PIB no se come, el PIB no educa, el PIB no cura
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