Por Daniel Jadue
En medio del proceso de primarias, el candidato de ultraderecha José Antonio Kast ha vuelto a recurrir a su libreto favorito: sembrar el terror con el fantasma del comunismo cada vez que una figura vinculada al movimiento popular se posiciona en el escenario político.
Esta vez, su blanco fue Jeannette Jara, candidata del Partido Comunista, a quien no tardó en asociar con la “represión” y el “autoritarismo”, como si pedir un sistema tributario justo fuera equivalente a dictadura. Lo que Kast calla —y lo que la prensa empresarial evita debatir— es lo siguiente: Chile es uno de los países con menor recaudación fiscal en proporción a su PIB entre las naciones OCDE.
Mientras en países desarrollados como Francia, Dinamarca o Suecia, la recaudación fiscal bordea o supera el 40 % del Producto Interno Bruto, en Chile apenas ronda el 21 %. Y aún así, cada vez que se propone una reforma tributaria progresiva, los voceros del gran capital y sus operadores políticos lo presentan como una amenaza a la “libertad”. ¿Libertad de quién? ¿De los que acumulan sin límite y eluden con ingeniería contable? ¿O de los pueblos que carecen de servicios públicos dignos porque el Estado no recauda lo suficiente?
El problema no es técnico, es político. Y de clase. El capital en Chile ha gozado de exenciones, elusión legalizada, fondos de inversión con privilegios tributarios y baja fiscalización. El empresariado, en su mayoría, se comporta como una aristocracia rentista, exigente con el Estado cuando se trata de subsidios o rescates, pero evasiva cuando se le pide contribuir con una fracción justa de sus ganancias.
Kast representa esa clase: no es “libertario”, es el vocero de una oligarquía que no quiere financiar ni salud ni educación públicas. Su idea de país es una gran zona franca para los ricos y un campo de castigo para los trabajadores. Su cruzada no es por la libertad, sino contra el Estado como herramienta de justicia social.
La propuesta de Jara, en cambio —aunque moderada y dentro del marco democrático—, representa una aspiración legítima: hacer que los que más tienen contribuyan más. No hay democracia sustantiva sin redistribución del ingreso. Y no hay redistribución sin un sistema tributario progresivo, transparente y eficaz.
Es hora de dar la pelea en esos términos. Porque, como bien lo sabían Marx y Engels, el Estado no es neutral. O sirve al capital o sirve al pueblo. La recaudación fiscal es uno de los campos donde esa disputa se vuelve concreta.