Sáb. Ago 2nd, 2025

Roger Waters y el crimen de tener conciencia

Jul 9, 2025

Por Daniel Jadue

En los salones esterilizados del “mundo libre”, hay una consigna no escrita que todos los artistas exitosos aprenden a repetir: “Puedes hablar de amor, puedes hablar de drogas, puedes hablar de cualquier cosa… menos del poder.”

Roger Waters decidió romper ese pacto de silencio. En una época en que los artistas más influyentes han sido convertidos en figurines de marketing y embajadores del consumo vacío, Waters eligió pararse en la vereda opuesta: la de la denuncia, la de la conciencia, la de la solidaridad internacionalista. Por eso lo persiguen. No por lo que canta, sino por a quién defiende y a quién denuncia.

Que el gobierno británico y sus medios lacayos intenten callar a Waters con acusaciones de “antisemitismo” por su defensa del pueblo palestino, no es una casualidad ni una exageración: es una estrategia calculada. Es la forma en que el poder castiga a quienes osan desobedecer. Como Assange. Como Snowden. Como tantos otros que han sido silenciados por decir verdades evidentes.

La acusación no tiene contenido real. Es pura difamación. Y funciona. Porque la industria cultural hace mucho que dejó de ser espacio de expresión, para convertirse en aparato ideológico del capital. Un artista comprometido —y aún más, un artista occidental que denuncia a su propio Estado— es un peligro. Porque rompe el hechizo de la neutralidad. Porque recuerda que no todo se compra ni se vende.

No es menor que Waters venga de la clase obrera británica. Su conciencia no es de cátedra universitaria ni de galería de arte. Viene de los escombros del thatcherismo, del cierre de fábricas, del vaciamiento de las comunidades obreras inglesas que fueron arrasadas por la financiarización.

Esa memoria de clase explica su empatía con el pueblo palestino, su crítica al sionismo, su defensa del socialismo cubano, su respaldo a Venezuela, a Bolivia, a los pueblos que resisten.

En un mundo donde la izquierda domesticada se maquilla para ser aceptada en cócteles progresistas, Waters incomoda porque no pide permiso ni se disculpa. Habla como se habla en la calle. Grita donde otros susurran. Apunta donde otros evitan mirar.

Lo que está ocurriendo con Waters es una advertencia a todos quienes tienen voz pública: “Puedes hablar de cualquier cosa, siempre que no desafíes el poder real.”

Y sin embargo, esa voz persiste. Y resuena. Porque es la voz que dice lo que millones piensan, pero no pueden decir. Porque su guitarra suena más fuerte que todos los editoriales del Guardian o las operaciones del Daily Mail.

Desde Chile, lo decimos sin ambigüedades: Roger Waters no está solo. Está con el pueblo palestino, con los pueblos de América Latina, con Cuba y con Venezuela, con los trabajadores del mundo. Está con nosotros. Y nosotros estamos con él. Como decía George Orwell: “En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”.

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