El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha vuelto a recurrir al garrote arancelario como instrumento de presión política internacional. Esta vez, el blanco es Brasil, a quien impuso un arancel del 50% sobre todas sus exportaciones hacia EE.UU., a partir del 1 de agosto, como represalia por el juicio que enfrenta el expresidente Jair Bolsonaro por su rol en el intento de golpe de Estado de enero de 2023.
Trump, en una carta dirigida al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, acusó a Brasil de estar llevando a cabo una “cacería de brujas” y denunció el procesamiento de Bolsonaro como una “vergüenza internacional”. Desde su cuenta en Truth Social, afirmó que “los ataques insidiosos de Brasil a las elecciones libres y a la libertad de expresión de los estadounidenses” justifican esta medida.
Desde sectores de izquierda en América Latina se ha denunciado esta medida como un acto de injerencia imperialista, que utiliza el poder económico de Estados Unidos no solo para moldear el comercio global, sino para intervenir en los procesos internos de las naciones soberanas que se alejan de sus intereses estratégicos.
La defensa abierta de Trump a Bolsonaro —líder de extrema derecha y cómplice de graves violaciones a los derechos humanos durante su mandato— evidencia la alianza global entre fuerzas autoritarias, conservadoras y nacionalistas, que buscan blindarse frente al avance de gobiernos populares y procesos de justicia.
Brasil no fue el único objetivo. Trump también anunció aranceles de entre 20% y 30% a países como Argelia, Libia, Irak, Sri Lanka, Brunei, Moldavia y Filipinas, además de advertir que la Unión Europea podría enfrentar pronto medidas similares. Incluso la India, por su participación activa en los BRICS, fue amenazada con un nuevo arancel del 10%.
Para el presidente estadounidense, estos países representan una amenaza al estatus privilegiado del dólar como moneda global, un reconocimiento implícito del declive del poder hegemónico de EE.UU. frente al avance de alternativas multipolares como los BRICS y el bloque del Sur Global.
Trump también propuso:
- Aranceles del 50% al cobre, lo que provocó un alza del 17% en su cotización en Nueva York.
- Impuestos de hasta el 200% a productos farmacéuticos si no se reubica su producción en EE.UU. antes de 2026.
Estas medidas apuntan a forzar la reindustrialización de EE.UU. mediante chantaje fiscal, trasladando los costos a los países exportadores del Sur Global y profundizando la dependencia tecnológica, financiera y comercial.
Desde movimientos sociales, sindicales y fuerzas de izquierda en la región, se condenó enérgicamente esta nueva ofensiva de Trump. “Este no es un conflicto comercial, es una advertencia a los pueblos que no se alinean con Washington. Es la vieja lógica del garrote y la zanahoria, aplicada ahora al comercio y la justicia”, señalaron desde el Foro de São Paulo.
Para Brasil, la medida representa un golpe directo a sectores productivos como el agrícola, el siderúrgico y el automotor. Pero también plantea un desafío geopolítico mayor: resistir la presión imperial, defender su soberanía judicial y profundizar su integración con América Latina y los bloques alternativos como BRICS.
Trump castiga a Brasil por investigar a Bolsonaro, como antes sancionó a México por su política migratoria o a China por su poder económico. Se trata, en última instancia, de un conflicto entre un imperialismo decadente y los pueblos que intentan reconstruir sus soberanías.
Y es allí donde América Latina debe pararse con firmeza: no hay justicia social sin justicia económica. Y no hay libertad real sin soberanía política.