Israel no impide la entrada de alimentos por descuido. Lo hace como parte de una estrategia de exterminio por estrangulamiento. Lo que hace con Gaza se parece más a un campo de concentración del siglo XXI, donde la población es sometida al colapso físico y psicológico, en una guerra cuyo objetivo es destruir su voluntad colectiva.
Por Equipo El Despertar
La Liga Árabe, organismo burocrático y títere de las monarquías del Golfo, ha declarado que Israel está utilizando el hambre como arma de guerra contra la población civil palestina en Gaza. Una acusación tardía, hipócrita y vacía, aunque materialmente cierta. Desde octubre de 2023, el Estado sionista ha bloqueado la entrada de alimentos, medicamentos y agua, empujando a más de dos millones de personas a una situación de inanición planificada.
Pero mientras los cancilleres árabes fingen horror desde salones refrigerados en El Cairo y Riad, las bombas siguen cayendo, los niños siguen muriendo, y el capital sigue fluyendo. Porque en Gaza no hay una guerra entre iguales: hay una maquinaria imperialista desatada contra un pueblo desarmado que resiste desde los escombros.
Israel no impide la entrada de alimentos por descuido. Lo hace como parte de una estrategia de exterminio por estrangulamiento. Lo que hace con Gaza se parece más a un campo de concentración del siglo XXI, donde la población es sometida al colapso físico y psicológico, en una guerra cuyo objetivo es destruir su voluntad colectiva.
Marx, en su análisis del colonialismo inglés en India, ya denunciaba que el capital es capaz de provocar hambrunas masivas con tal de preservar su dominación. En Los artículos sobre India, afirmaba que el hambre no es simplemente una consecuencia, sino una herramienta del dominio colonial.
Y en Gaza, esa herramienta está calibrada con precisión quirúrgica, por un Estado que administra el genocidio como política de seguridad nacional. La declaración de la Liga Árabe llega con meses de retraso, sin compromisos concretos, sin sanciones, sin cortes de relaciones, sin boicots. ¿Por qué? Porque muchos de sus Estados miembros son directamente cómplices del sionismo.
Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y otros países árabes mantienen vínculos comerciales, tecnológicos y militares con Israel, y su única preocupación real es mantener la estabilidad regional para el libre flujo del capital. Palestina, para ellos, es un estorbo retórico.
Lenin lo advirtió en El imperialismo, fase superior del capitalismo:
“El imperialismo divide al mundo, y también corrompe a una parte de las clases dominantes de los países oprimidos.”
Y esa corrupción se llama hoy: diplomacia árabe. El pueblo palestino no sólo es víctima de un crimen colonial, sino también de una guerra de clases global. Lo que se bombardea en Gaza es la vida proletaria, la reproducción comunitaria, el derecho a existir como pueblo y como sujeto político.
El hambre es el arma de los amos para quebrar a los oprimidos. Pero como demuestra la historia, donde hay hambre impuesta, hay odio acumulado. Y donde hay odio, hay posibilidad de lucha. Israel impone hambre para dominar. La Liga Árabe declara para disimular. Y el pueblo palestino muere, pero no se rinde.
Lo que ocurre en Gaza no es sólo un genocidio. Es una operación de limpieza política y económica, cuyo fin último es eliminar la resistencia organizada del pueblo palestino y entregar todo el territorio al capital financiero y tecnológico transnacional.
La única respuesta coherente no es una condena diplomática: es la solidaridad activa, internacionalista, revolucionaria. Gaza no necesita observadores: necesita aliados que enfrenten al sionismo y al imperialismo con organización y poder popular.