El reconocimiento de Palestina no es un acto revolucionario, ni anticolonial. Es una jugada táctica del imperialismo francés para no quedar rezagado frente al liderazgo diplomático emergente de países como Noruega, Irlanda, España o Sudáfrica.
por Equipo El Despertar
En un giro calculado, pero no inesperado, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció que su país reconocerá al Estado de Palestina en un “momento útil” y en coordinación con otros países europeos. El anuncio ocurre en medio de una creciente condena internacional al régimen israelí, tras más de diecinueve meses de masacres contra el pueblo palestino en Gaza, que ya han sido calificados como genocidio por numerosos organismos de derechos humanos.
Pero detrás del gesto diplomático se esconde una maniobra imperial de manual: el Estado francés busca proyectar una imagen de “equilibrio y humanidad”, mientras sostiene alianzas militares, tecnológicas y comerciales con Israel y su aparato de apartheid.
El reconocimiento de Palestina no es un acto revolucionario, ni anticolonial. Es una jugada táctica del imperialismo francés para no quedar rezagado frente al liderazgo diplomático emergente de países como Noruega, Irlanda, España o Sudáfrica.
Hablar de un “Estado palestino” hoy es, en términos materiales, una impostura. No hay soberanía, no hay control de fronteras, no hay moneda, no hay ejército, no hay acceso libre a recursos básicos. Lo que existe es una autoridad domesticada (la ANP), una franja de tierra sitiada (Gaza) y un pueblo bajo asedio, disperso, desplazado y ocupado, todo como parte de una política de exterminio físico y político.
Reconocer un “Estado” bajo estas condiciones es convalidar un proyecto de bantustán colonial, donde se acepta la existencia del pueblo palestino solo si renuncia a su derecho histórico al retorno, a la autodeterminación real y a la resistencia.
Como diría Lenin: “El imperialismo no regala derechos. Solo reconoce lo que no puede seguir negando sin costo político.” Y eso es lo que Macron intenta hacer ahora: reconocer a Palestina cuando ya es evidente que no hacerlo lo dejaría del lado explícito del genocidio, que es donde está.
No olvidemos que Francia fue potencia colonial directa en Medio Oriente, ocupando Siria y el Líbano bajo mandato imperial tras la Primera Guerra Mundial, y participando activamente en el desmantelamiento de la autodeterminación árabe a lo largo del siglo XX.
Hoy, ese rol se expresa de forma más sutil: a través de armas, tratados económicos, cooperación militar, propaganda y control institucional. Francia vende armas a Israel, mantiene acuerdos tecnológicos con empresas israelíes, y nunca ha impuesto sanciones reales ni ha retirado embajadores por las masacres en Gaza.
Su reconocimiento a Palestina, por tanto, no cuestiona el sionismo como proyecto colonial racista, sino que busca insertarse como árbitro creíble en una crisis que ha puesto al descubierto la complicidad histórica de Europa con el apartheid israelí.
Macron pretende aparecer como líder de una Europa “valiente” y “justa”, mientras la resistencia palestina sigue siendo criminalizada, y mientras la ocupación avanza en Cisjordania con nuevos asentamientos.
Esta maniobra diplomática no cambia el equilibrio de fuerzas, ni detiene el genocidio. Solo reacomoda la posición francesa en el mercado global de legitimidades.
Como decía Frantz Fanon, luchador anticolonial africano: “El colonialismo no es un hecho del pasado, sino una estructura que se reinventa cada día bajo nuevas formas.” Y el reconocimiento oportunista del “Estado de Palestina” por parte de Francia es justamente eso: una nueva forma de administrar el colonialismo sin parecerlo.
El anuncio de Macron no representa una ruptura con el sionismo ni una defensa real del pueblo palestino.
Es una operación imperial calculada, que busca capitalizar políticamente la indignación global sin alterar los fundamentos del orden capitalista-colonial en Palestina.
Solo el pueblo palestino, con su resistencia activa y su derecho inalienable al retorno, a la lucha y a la liberación, podrá romper el cerco y avanzar hacia una verdadera autodeterminación. Y eso no se logra con reconocimientos simbólicos, sino con la derrota del apartheid, el desmantelamiento del sionismo y el fin del imperialismo en la región.