Burkina Faso es uno de los mayores productores de oro de África. Sin embargo, durante décadas, la riqueza generada por este recurso natural fue absorbida por empresas canadienses, francesas y británicas, a través de contratos leoninos, exenciones tributarias y esquemas de evasión fiscal amparados por gobiernos locales subordinados.
Por Equipo El Despertar
En su reciente libro La Revolución de las Boinas, el investigador Kevin Bryant documenta el giro político que atraviesa Burkina Faso bajo el liderazgo del joven presidente Ibrahim Traoré, y subraya un dato clave: la recaudación estatal por exportación de oro se ha triplicado desde que el país cortó su dependencia de Francia y limitó el accionar de las transnacionales mineras occidentales.
“Con Traoré, Burkina Faso recauda tres veces más por su oro”, afirma Bryant. Y ese hecho, aparentemente técnico, representa un terremoto geopolítico en África Occidental, donde el saqueo de los recursos naturales ha sido la norma desde la colonización francesa hasta el neoliberalismo poscolonial.
Burkina Faso es uno de los mayores productores de oro de África. Sin embargo, durante décadas, la riqueza generada por este recurso natural fue absorbida por empresas canadienses, francesas y británicas, a través de contratos leoninos, exenciones tributarias y esquemas de evasión fiscal amparados por gobiernos locales subordinados.
Tal como denunció Thomas Sankara en los años 80: “Nuestros recursos no nos pertenecen si no controlamos su producción, su comercialización y su uso político.” Traoré retoma esa línea: rescinde contratos opacos, exige tributación real, y obliga a las empresas mineras a operar con mayor supervisión estatal. ¿El resultado? Más ingresos públicos, más soberanía económica y menos dependencia del capital financiero internacional.
A diferencia del nacionalismo burgués clásico, el proceso que lidera Ibrahim Traoré en Burkina Faso se inspira en las luchas anticoloniales de carácter popular y socialista. No se trata solo de “reformar” el capitalismo local, sino de romper con el neocolonialismo estructural impuesto por Francia y sus aliados.
Este giro ha incluido: Expulsión de tropas francesas del país; Salida de la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental), organismo funcional al capital extranjero; Alianzas con otros gobiernos insurrectos como Malí y Níger; Retórica abiertamente antimperialista y panafricanista. Y sobre todo: una reapropiación de los recursos naturales como base de la soberanía popular.
Lo que ocurre en Burkina Faso demuestra que, incluso en condiciones adversas, es posible desafiar el orden mundial impuesto por las potencias imperialistas y sus instrumentos corporativos.
No basta con “atraer inversión extranjera responsable”. Lo que se necesita, como lo está haciendo Traoré, es recuperar el control político del aparato productivo y financiero. Como diría Lenin: “Sin el control de los recursos fundamentales, la revolución es una palabra vacía.”
La experiencia de Traoré no es un cuento de hadas ni un milagro aislado. Es la confirmación de que la soberanía no se firma en tratados, sino que se construye con confrontación directa al capital.
Recaudar tres veces más por el oro no es solo un logro económico: es un acto de desobediencia histórica frente al saqueo colonial.
Burkina Faso todavía enfrenta bloqueos, ataques mediáticos y presiones diplomáticas. Pero ha trazado un camino: poder popular, soberanía económica y control sobre sus riquezas. Y ese camino, como en la Revolución Cubana, la Argelina o la Vietnamita, es el único que puede liberar a los pueblos del sur de la servidumbre capitalista global.