El Partido Nacional Libertario no es un error. No es un “fenómeno pasajero” ni una “provocación aislada”. Es el rostro ideológico de una reacción orgánica, que el capital deja circular mientras sirva para disciplinar al pueblo: atacar el feminismo, criminalizar la disidencia, negar el estallido, justificar el racismo, difamar la organización popular.
Por Equipo El Despertar
El Servicio Electoral (Servel) acogió una denuncia presentada por el Observatorio de Participación Política de Género contra el Partido Nacional Libertario (PNL), por las declaraciones del diputado Johannes Kaiser, quien —una vez más— puso en duda el derecho al sufragio femenino, calificándolo como “un error histórico” que debería ser revisado.
Este proceso podría desembocar en la disolución del partido, invocando el artículo 7 de la ley de partidos políticos, que prohíbe a las colectividades promover la discriminación y vulnerar los principios democráticos establecidos en la Constitución.
Pero más allá de la anécdota misógina, reiterada, no casual, y la posible sanción institucional, lo que este caso revela es la función táctica del fascismo dentro del sistema burgués, y cómo el mismo sistema lo utiliza, lo tolera y luego lo desecha cuando deja de ser útil o comienza a generar ruido excesivo.
El Partido Nacional Libertario no es un error. No es un “fenómeno pasajero” ni una “provocación aislada”. Es el rostro ideológico de una reacción orgánica, que el capital deja circular mientras sirva para disciplinar al pueblo: atacar el feminismo, criminalizar la disidencia, negar el estallido, justificar el racismo, difamar la organización popular.
Kaiser, exmilitante del Partido Republicano, representa una tendencia fascista aggiornada, que se reviste de “libertad individual”, “crítica al colectivismo” y “defensa de la familia” para imponer un programa profundamente reaccionario, patriarcal y antidemocrático. Su retórica mezcla libremercado con teocracia y represión.
Tal como advertía Clara Zetkin en su Informe sobre el fascismo (1923): “El fascismo no solo quiere destruir el poder de los obreros organizados, sino también convertir el Parlamento en un teatro reaccionario manejado por la gran burguesía”. El caso Kaiser encaja perfecto en este guión: grita contra el sistema, pero nunca cuestiona la propiedad privada de los medios de producción estrategicos ni la dominación de clase. Solo exige más represión contra los de abajo.
Que el Servel haya acogido esta denuncia es relevante, pero no heroico. No es un gesto de antifascismo estatal, sino un acto de profilaxis institucional. El sistema necesita “diversidad ideológica”, pero solo hasta que se note que algunas de sus piezas ponen en riesgo el barniz democrático.
Por eso, el capital puede permitir la existencia de un Kaiser… hasta que se convierte en un espejo demasiado evidente de lo que realmente es el sistema: autoritario, patriarcal y elitista. La disolución del PNL, si llegase a ocurrir, no será por justicia social. Será porque su existencia dejó de ser funcional a la imagen del régimen.
Este avance del fascismo liberal no es un fenómeno chileno. Responde a una crisis global de legitimidad de la democracia liberal en tiempos de empobrecimiento masivo, colapso de servicios públicos, deuda estructural, crisis ecológica y migratoria y pérdida de fe en las instituciones.
En ese vacío, el capital no ofrece bienestar, sino orden. Y para imponer ese orden, permite que sus perros guardianes ladren, amenacen y marquen territorio. Lo que no puede permitir es que muerdan a los propios dueños del sistema, o que hagan estallar el pacto cínico que mantiene a raya al pueblo.
La posible disolución del Partido Nacional Libertario es una medida cosmética si no se desmonta el aparato ideológico y material que lo produce: precarización, machismo estructural, propiedad concentrada, medios reaccionarios y un sistema educativo clasista.
No se trata solo de silenciar a Kaiser. Se trata de enterrar el régimen que lo parió.
Porque mientras existan privilegios, exclusión y miseria, habrá espacio para que el fascismo vuelva a aparecer, con corbata, con toga o con uniforme, listo para disciplinar a los pueblos.