Esta tragedia no tiene justificación. No fue un sismo impensado ni una catástrofe fortuita; fue la consecuencia lógica de un modelo precarizador donde la producción prima por encima de la vida. Codelco, empresa pública, opera como si fuera una corporación en régimen de libre mercado: subcontrata externalidades, delega seguridad en proveedores y olvida su responsabilidad social. La vida de los mineros quedó reducida a un costo variable.
Por: Editor El Despertar
La muerte de seis trabajadores subcontratados en la mina El Teniente, seis vidas entregadas al sacrificio institucional, deja un saldo indescriptible y una pregunta urgente: ¿de qué sirve ser la mayor mina de cobre subterránea del mundo si el mayor valor de la faena se convierte en la pena social que se puede causar?
El Sindicato Chuquicamata lo ha diagnosticado con claridad: hubo una “seguridad de papel” donde las advertencias de los trabajadores, ruidos raros”, grietas en el cerro, síntomas inequívocos de riesgo, fueron sistemáticamente ignoradas. No existió refugio accesible, ni respuesta preventiva, ni protocolos efectivos. Las alarmas fueron vistas como inconvenientes y las inspecciones como trámites burocráticos, mientras las jornadas continuaban operativas.
Esta tragedia no tiene justificación. No fue un sismo impensado ni una catástrofe fortuita; fue la consecuencia lógica de un modelo precarizador donde la producción prima por encima de la vida. Codelco, empresa pública, opera como si fuera una corporación en régimen de libre mercado: subcontrata externalidades, delega seguridad en proveedores y olvida su responsabilidad social. La vida de los mineros quedó reducida a un costo variable.
El sindicato exige investigación externa, ruptura de la lógica de subcontratación y una política pública que vuelva a poner al trabajador en el centro. Pero no basta con investigación si luego se archivan los expedientes. No basta con conmoción si luego no hay sanciones políticas ni reforma estructural. No basta con palabras de condolencia si no se cambian los protocolos y no se reconocen las responsabilidades.
Chile necesita rescatar su minería, sí, pero también reconstruir su memoria. No se trata solo de cifras de producción o titulares de exportación. Se trata de dignidad en cada faena, seguridad en cada túnel y justicia para cada familia enterrada por negligencia institucional.
Hoy exige reparación, claridad y transformación. Porque mientras El Teniente siga siendo sinónimo no solo del cobre, sino del sacrificio humano, no habrá avance real que nos honre como sociedad.