El ataque al sistema educativo tiene un sentido político claro: destruir el futuro de Palestina. No basta con arrasar viviendas y hospitales; hay que borrar también a los niños que pudieran algún día convertirse en médicos, ingenieros, poetas, militantes de la resistencia. Como señaló Marx al analizar el colonialismo británico en India, la dominación imperialista no se contenta con extraer riqueza: necesita quebrar las estructuras sociales y culturales que permiten a un pueblo reproducirse. Gaza hoy es el ejemplo más brutal de esa lógica.
Por Equipo El Despertar
Las cifras entregadas por el Ministerio de Educación de Palestina son de una brutalidad indesmentible: desde el inicio de los ataques israelíes el 7 de octubre, al menos 18.489 estudiantes palestinos han sido asesinados y más de 28.800 han resultado heridos. A ello se suma la demolición total de 160 escuelas gubernamentales en Gaza, junto con el bombardeo y vandalización de 118 centros educativos estatales y 93 de la UNRWA. No se trata de “daños colaterales”: es un programa sistemático de exterminio contra la niñez y la cultura de un pueblo.
La masacre no se limita a Gaza. En Cisjordania, 143 estudiantes fueron asesinados, 970 heridos y 740 arrestados, mientras universidades y colegios sufrieron allanamientos, vandalización y cierre. En total, 970 docentes y administradores han sido asesinados, y casi 200 permanecen detenidos. La ocupación no solo busca arrebatar vidas: intenta aniquilar la posibilidad misma de transmisión de conocimiento, memoria e identidad palestina.
El ataque al sistema educativo tiene un sentido político claro: destruir el futuro de Palestina. No basta con arrasar viviendas y hospitales; hay que borrar también a los niños que pudieran algún día convertirse en médicos, ingenieros, poetas, militantes de la resistencia. Como señaló Marx al analizar el colonialismo británico en India, la dominación imperialista no se contenta con extraer riqueza: necesita quebrar las estructuras sociales y culturales que permiten a un pueblo reproducirse. Gaza hoy es el ejemplo más brutal de esa lógica.
Cada escuela demolida es un acto de guerra cultural. Cada alumno asesinado, una negación concreta del derecho a existir. El colonialismo israelí, sostenido por la complicidad del imperialismo estadounidense y europeo, se despliega aquí sin máscaras: lo que se busca no es “seguridad”, sino la eliminación de un pueblo y su memoria colectiva. Por eso la ocupación ataca tanto a los cuerpos como a las instituciones educativas.
Frente a este panorama, el silencio o la tibieza de la comunidad internacional es complicidad directa. La ONU denuncia que Israel sigue bloqueando la ayuda humanitaria, pero no pasa de los comunicados. Mientras tanto, los muertos se acumulan y las escuelas se transforman en escombros. El capital global sigue recibiendo armas y tecnología del régimen sionista, porque en la lógica imperial el genocidio puede ser rentable.
Lo ocurrido en Gaza exige nombrarse como lo que es: un exterminio. No solo de personas, sino de la posibilidad misma de un futuro para Palestina. Cada niño asesinado y cada universidad arrasada son pruebas de un crimen histórico. Y en esa resistencia por la vida y la dignidad, el pueblo palestino no lucha solo por su tierra: lucha en nombre de todos los pueblos sometidos al imperialismo.