Vie. Sep 12th, 2025

51 años después: la justicia toca a los verdugos de Villa Grimaldi

Sep 11, 2025
Foto La izquierda Diario

La condena incluye también al exsargento José Aravena, sentenciado a 7 años de prisión por su rol directo en el secuestro de Mallol. Los nombres cambian, pero la lógica era la misma: una maquinaria de terror diseñada para quebrar a militantes, destruir organizaciones populares y sembrar miedo en toda la sociedad. Como decía Gramsci, “cuando la clase dominante pierde el consenso, impone la coerción”. La DINA fue el brazo armado de esa coerción en su forma más cruel.

Por Equipo El Despertar

La Corte de Apelaciones de Santiago dictó una nueva condena contra el amigo admirado de Jose Antonio Kast, Miguel Krassnoff, y Pedro Espinoza, dos de los rostros más siniestros de la represión pinochetista. La ministra Paola Plaza sentenció a ambos a 12 años de cárcel por el secuestro calificado y tortura de los militantes del MIR, Cristian Mallol y Héctor González, cometidos entre 1974 y 1975. Medio siglo después, la justicia apenas empieza a rozar la magnitud de los crímenes cometidos bajo la lógica del exterminio político.

Las víctimas eran dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, parte del Comité Central, perseguidos por el simple hecho de organizar la resistencia contra la dictadura. Mallol fue detenido en Ñuñoa, gravemente herido a balazos, y llevado a Villa Grimaldi, donde fue sometido a torturas brutales antes de pasar por otros centros como Tres y Cuatro Álamos. González, capturado un día antes, sufrió tormentos similares: golpes, electricidad sobre una parrilla metálica, inmersión en agua sucia. Ambos sobrevivieron, pero fueron obligados al exilio: Francia y España se convirtieron en refugio forzado frente a la barbarie chilena.

La condena incluye también al exsargento José Aravena, sentenciado a 7 años de prisión por su rol directo en el secuestro de Mallol. Los nombres cambian, pero la lógica era la misma: una maquinaria de terror diseñada para quebrar a militantes, destruir organizaciones populares y sembrar miedo en toda la sociedad. Como decía Gramsci, “cuando la clase dominante pierde el consenso, impone la coerción”. La DINA fue el brazo armado de esa coerción en su forma más cruel.

Krassnoff y Espinoza ya cumplen largas penas en Punta Peuco, el penal VIP donde la justicia chilena aloja a violadores de derechos humanos. El primero acumula más de mil años de condena, mientras que el segundo, exjefe de Villa Grimaldi, arrastra múltiples sentencias por desapariciones y ejecuciones. Ambos representan el rostro disciplinador de la dictadura, que al servicio del capital transnacional y de las oligarquías locales buscó eliminar físicamente toda alternativa revolucionaria.

La abogada Carolina Vega, del Estudio Caucoto, celebró el fallo como un hito: “Han pasado más de 50 años y recién hoy se está comenzando a castigar a los responsables”. Su frase sintetiza el drama chileno: décadas de impunidad, pactos de silencio, beneficios carcelarios y discursos negacionistas han retrasado la justicia. El Estado, que durante la dictadura funcionó como aparato de represión, hoy avanza a duras penas en reparar lo irreparable.

La memoria de Villa Grimaldi sigue siendo una herida abierta. Allí se diseñó el laboratorio de la tortura y la desaparición, convertido luego en modelo exportado a otras dictaduras del Cono Sur bajo la Operación Cóndor. Como señaló Eduardo Galeano, “la tortura fue la universidad del miedo” en América Latina: un mecanismo para que el pueblo no volviera a soñar con cambios radicales.

Cincuenta y un años después del golpe, la condena contra Krassnoff y Espinoza no borra el dolor, pero reafirma que la lucha por verdad y justicia es posible. Cada sentencia, aunque tardía, devuelve algo de dignidad a las víctimas y sus familias, y recuerda que no hay proyecto democrático ni emancipador posible sin enfrentar las raíces del terrorismo de Estado.

En definitiva, este fallo no solo castiga a dos criminales. Es también un recordatorio de que la dictadura no fue un paréntesis, sino una estrategia de clase: una guerra contra el pueblo trabajador para imponer el neoliberalismo. Que hoy los verdugos estén tras las rejas no repara el pasado, pero nos obliga a mirar al presente: la democracia no se defiende con discursos vacíos, sino con memoria activa y organización popular.

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *