La realidad no tiene piedad, como decía un poema de Lenin, y la crisis económica golpea de lleno a la población. El consumo se desploma, la industria opera con niveles mínimos de capacidad instalada y el desempleo encubierto crece. Las cifras fiscales y monetarias que el Ejecutivo presenta como prueba de “orden” son infladas y se mantienen artificiosamente, interviniendo con los escasos recursos fiscales para mantener el precio del dólar, ya no bajo, sino apenas para que no se dispare estrepitosamente.
Por Ricardo Jiménez A.
El gobierno de Javier Millei atraviesa su momento más crítico, con un margen de supervivencia política que, según distintos analistas, no supera el 3%. Irónicamente, el mismo porcentaje de coima que se queda su hermana Karina, de los robos estatales a los discapacitados.
La promesa de un shock de confianza se desdibujó con paliza electoral, en medio de una economía en recesión profunda y con indicadores oficiales que muchos califican de manipulados o directamente amañados. La brecha entre discurso y realidad se amplía, mientras la inflación erosiona cualquier intento de estabilización. “Los 12 millones de personas que salieron de la pobreza”, según los orwellianos informes oficiales, lo repudiaron masivamente en las urnas en las recientes elecciones de la capital.
La realidad no tiene piedad, como decía un poema de Lenin, y la crisis económica golpea de lleno a la población. El consumo se desploma, la industria opera con niveles mínimos de capacidad instalada y el desempleo encubierto crece. Las cifras fiscales y monetarias que el Ejecutivo presenta como prueba de “orden” son infladas y se mantienen artificiosamente, interviniendo con los escasos recursos fiscales para mantener el precio del dólar, ya no bajo, sino apenas para que no se dispare estrepitosamente.
En paralelo, la represión se convirtió en una marca registrada del gobierno. Jubilados, pensionados y personas con discapacidad han sido los más afectados por los recortes en prestaciones y subsidios, generando escenas de crueldad social que circulan a diario. Las protestas son respondidas con violencia policial, lo que acelera la pérdida de capital político y exhibe un modelo autoritario en ascenso y crisis simultánea.
La soberbia del presidente, sumada a rupturas con aliados iniciales, limita aún más su capacidad de maniobra. Gobernadores, legisladores y sectores que en un comienzo dieron un voto de confianza hoy marcan distancia. Las alianzas circunstanciales se diluyen, dejando a Millei cada vez más aislado en un escenario donde cada voto cuenta y donde los márgenes de negociación se achican a pasos acelerados.
De cara a las decisivas elecciones de noviembre, Millei enfrenta lo que muchos llaman – como en el título de una vieja película – “un puente demasiado lejos”. El calendario juega en su contra: cada semana suma desgaste y reduce la posibilidad de revertir expectativas. El alza apenas contenible del dólar, termómetro histórico de la política argentina, marca la temperatura del fracaso. La presión cambiaria es constante y cada movimiento en el mercado paralelo genera temores de un estallido incontrolable.
Como si esa exigua cornisa de margen de maniobra no fuera lo bastante mala para el gobierno, muchas otras cosas pueden salir mal y precipitar la caída. El campo de minas que enfrenta el oficialismo incluye múltiples detonantes. Desde un eventual fallo judicial que ordene devolver presupuestos retenidos a los gobernadores, con los que apenas mantiene el dólar. El avance de los casos de corrupción en que se le investiga. Un capricho del congreso en donde perdió la mayoría. Y hasta posibles rebeliones sociales de gran escala.
De libertario a solitario y de imparable a ingobernable, “el León” ha sido enjaulado por el voto de quienes despreció y sus rugidos ya ni convencen ni asustan. La “motosierra” ha quedado reducida a serrucho sin filo. El economista autoproclamado brillante reprobó la aritmética electoral. El rey va desnudo y ya todo el mundo lo sabe.