El patrón se repite: ataques a gran escala, atribución genérica a “infraestructura de Hamás”, y colectivo bajo castigo. Como advirtió Frantz Fanon, en el colonialismo “la violencia no solo visita los cuerpos; organiza el espacio”. La secuencia sobre Gaza apunta a dos objetivos materiales: destruir la capacidad de reproducción social (escuela, salud, vivienda) y despejar el terreno para operaciones prolongadas. Medios israelíes recogen que las fuerzas ocupantes dijeron a ministros que “tomar y ocupar la ciudad de Gaza llevará meses”.
Por Equipo El Despertar
Según reportes de Resumen Latinoamericano (14/09/2025) y corresponsales de Al-Mayadeen, Israel ejecuta los ataques más intensos sobre Gaza desde el 7 de octubre: más de un centenar de bombardeos en 24 horas, con énfasis en barrios densamente poblados como Tel al-Hawa, Al-Zaytoun y Shujaiya, y nuevas ráfagas de artillería para forzar el desplazamiento. Una tienda de campaña con desplazados fue alcanzada en Deir al-Balah, dejando al menos seis muertos, entre ellos mujeres y niños, mientras la Defensa Civil de Gaza cifra en 50.000 las personas recién arrojadas a la intemperie. La guerra no solo destruye viviendas: reconfigura demografías.
La Oficina de Medios del Gobierno de Gaza denunció que el ejército “engaña a la opinión pública” afirmando atacar a la resistencia mientras demuele torres residenciales, escuelas, mezquitas y centros médicos. Las cifras de los últimos días son elocuentes: al menos una docena de torres de más de siete pisos arrasadas, 120 edificios residenciales bajos derribados, 600 tiendas de campaña atacadas; miles de familias desalojadas. La arquitectura de la ciudad, la vida cotidiana, convertida en escombro programado.
El patrón se repite: ataques a gran escala, atribución genérica a “infraestructura de Hamás”, y colectivo bajo castigo. Como advirtió Frantz Fanon, en el colonialismo “la violencia no solo visita los cuerpos; organiza el espacio”. La secuencia sobre Gaza apunta a dos objetivos materiales: destruir la capacidad de reproducción social (escuela, salud, vivienda) y despejar el terreno para operaciones prolongadas. Medios israelíes recogen que las fuerzas ocupantes dijeron a ministros que “tomar y ocupar la ciudad de Gaza llevará meses”.
La “torre como blanco” no es azar: en una franja sitiada, la verticalidad es vida, familias, oficios, redes solidarias. Derribarla multiplica el daño: miles de hogares perdidos con un solo impacto. Angela Davis lo formula con una brújula clara: no hay democracia ni paz posibles donde la infraestructura de la vida es tratada como objetivo militar. El lenguaje tecnocrático (“neutralizar plataformas”) solo intenta sanear moralmente una metodología de castigo colectivo prohibida por el derecho internacional.
El asedio también opera sobre la circulación: puntos de carga, vías, mercados. David Harvey describió la lógica del capital contemporáneo como dependencia de flujos; la guerra, en cambio, interrumpe selectivamente los flujos que sostienen a la población y preserva los que alimentan la máquina bélica. Por eso los bombardeos sobre colas de abastecimiento o centros de recarga duelen tanto como la caída de una torre: inmovilizan, quiebran la supervivencia.
Israel justifica la escalada como paso previo a un nuevo asalto terrestre. En paralelo, la mediación regional se contrae: tras un ataque “sin precedentes” en Qatar, dirigido a líderes de Hamás durante discusiones sobre un plan de alto el fuego, Doha suspendió sus esfuerzos. La ecuación es descarnada: a más devastación, menos canales diplomáticos. Samir Amin advertía que, cuando el centro del sistema decide resolver por fuerza, la periferia queda sin interlocutor.
El fondo político es transparente bajo la humareda: desplazamiento forzado y gobernanza por ruina. Marx lo dijo con brutalidad clínica: “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva” (Obras Escogidas, Progreso, 1980). Aquí no se pare una sociedad; se incuba una limpieza de hecho sobre un pueblo cuya mera persistencia es un obstáculo para la ingeniería política del ocupante. Llamarlo “daño colateral” no vuelve legal lo que la práctica muestra como sistemático.
Cada jornada añade números, pero la pregunta sigue siendo de poder: ¿quién puede detener la maquinaria? Sin alto el fuego inmediato, corredores humanitarios efectivos, fin del castigo colectivo y garantías internacionales de no repetición, el conteo de muertos y desplazados seguirá creciendo. Rosa Luxemburg dejó la disyuntiva sin adornos: “socialismo o barbarie”. En Gaza, la barbarie dejó de ser metáfora hace mucho: hoy es protocolo.