La escena no es nueva en América Latina. Bolsonaro en Brasil, Fujimori en Perú o incluso el breve experimento de Castillo muestran un patrón: las élites aceptan personajes disruptivos mientras sirvan para aplicar ajustes imposibles por otras vías. Cuando se vuelven disfuncionales, se los descarta, siempre intentando salvar el corazón del proyecto económico. Milei es parte de esa serie: un instrumento antes que un protagonista.
Por Jorge Coulon
Javier Milei se mantiene en el poder gracias a un equilibrio tan frágil como perverso: la disputa por quién lo sucederá. No lo sostiene ya la confianza social ni un horizonte de futuro, sino el cálculo de cada facción que busca impedir que el rival herede el trono. La pelea por la sucesión es hoy su único oxígeno político.
Su gobierno fracasó. Y fracasó pronto. No por sus desplantes televisivos ni por los desvaríos de un entorno extravagante, sino porque el proyecto que intentó imponer era, desde su origen, un delirio económico y político. El dogma de mercado absoluto, llevado al extremo de dinamitar el propio Estado, era en sí mismo insostenible para cualquier sociedad compleja.
Es necesario subrayarlo: los mismos sectores que promovieron esta experiencia buscarán lavarse las manos culpando a Milei de “locura individual”. Presentarán el fracaso como consecuencia de su temperamento errático, ocultando que lo que se desplomó fue la racionalidad del modelo que lo sostuvo. En esa coartada ya trabajan bancos, corporaciones y operadores mediáticos: desplazar la responsabilidad hacia la psiquis de un presidente “excéntrico” y no hacia la demencia sistémica de su programa.
La escena no es nueva en América Latina. Bolsonaro en Brasil, Fujimori en Perú o incluso el breve experimento de Castillo muestran un patrón: las élites aceptan personajes disruptivos mientras sirvan para aplicar ajustes imposibles por otras vías. Cuando se vuelven disfuncionales, se los descarta, siempre intentando salvar el corazón del proyecto económico. Milei es parte de esa serie: un instrumento antes que un protagonista.
Hoy el campo de posibilidades en torno a su salida oscila entre escenarios extremos, el manicomio, la cárcel, la renuncia forzada. Pero lo que realmente se juega no es el destino personal de Milei, sino si la sociedad argentina logrará impedir que se lave la responsabilidad de quienes lo empujaron al poder. No basta con deshacerse del “loco”: hay que desarmar el proyecto que lo volvió necesario.
El problema no es Milei, aunque Milei esté muy loco. El problema es lo demencial del proyecto que lo llevó al poder.