“Pero no solo se trata del sionismo. También deben ser cuestionados aquellos que, proclamándose cristianos, apoyan al Estado de Israel en nombre de una supuesta fidelidad bíblica. Nada hay más contrario al mensaje de Jesús, quien rechazó las jerarquías, denunció a las élites religiosas y anunció que el verdadero pueblo de Dios no se define por genealogía ni territorio, sino por el ejercicio de la justicia y la misericordia.”
Por: Nicolás Romero Reeves
La figura del Jesús histórico se levanta como un desafío radical frente a las jerarquías religiosas y la noción de exclusividad étnica. En su predicación, Jesús criticó la idea de un “pueblo elegido” con privilegios especiales ante Dios, desmontando uno de los pilares que la tradición judía había cultivado durante siglos. En su lugar, proclamó un mensaje universalista que hacía del amor, la misericordia y la justicia los verdaderos criterios de pertenencia al Reino de Dios.
Textos como Hechos 10:34–35 (“Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia”) o Gálatas 3:28 (“Ya no hay judío ni griego… porque todos son uno en Cristo Jesús”) dan cuenta de este quiebre con el exclusivismo religioso. Asimismo, el Evangelio de Lucas insiste en que el prójimo no se define por etnia o religión, sino por la práctica de la compasión, como en la parábola del Buen Samaritano. Y en el juicio final de Mateo 25:35–36, no se premia la pertenencia a un pueblo ni a una tradición particular, sino el servicio al hambriento, al extranjero, al enfermo y al preso.
Rescatar esta crítica del Jesús histórico es hoy urgente. El sionismo religioso ha vuelto a levantar la idea del “pueblo elegido” como bandera de legitimidad, justificando con ello la colonización, la exclusión y la violencia contra el pueblo palestino. Este mito de superioridad espiritual y étnica, que Jesús cuestionó en su tiempo, se ha convertido en el núcleo ideológico de un proyecto político contemporáneo.
Pero no solo se trata del sionismo. También deben ser cuestionados aquellos que, proclamándose cristianos, apoyan al Estado de Israel en nombre de una supuesta fidelidad bíblica. Nada hay más contrario al mensaje de Jesús, quien rechazó las jerarquías, denunció a las élites religiosas y anunció que el verdadero pueblo de Dios no se define por genealogía ni territorio, sino por el ejercicio de la justicia y la misericordia.
El cristianismo, si quiere ser fiel a su raíz, no puede sostener la idea de un pueblo elegido. Esa es la gran lección del Jesús histórico: todos somos hijos e hijas de Dios, sin excepción, sin exclusividad, sin fronteras. Frente a un sionismo que vuelve a vestir de teología la opresión política, la voz de Jesús sigue siendo un llamado a romper cadenas y derribar muros, recordándonos que el único pueblo de Dios es el de la humanidad entera.