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“Qatar, la falsa neutralidad en tiempos de guerra” Por Nicolás Romero Reeves

Sep 17, 2025

“Durante años, Qatar se ha promocionado como un actor singular: pequeño en territorio, pero influyente en diplomacia y finanzas. Su rol como anfitrión de negociaciones entre Hamas e Israel le permitía presentarse como mediador necesario. Sin embargo, el ataque demuestra que la “neutralidad” no protege a nadie.

Ser aliado de Washington no significa estar a salvo, sino estar atrapado en su lógica de guerra. La alianza estratégica de Qatar con EE.UU. lo ha hecho dependiente de sistemas de defensa antiaérea de origen norteamericano que, llegado el momento, no se activaron frente a los misiles israelíes.”

 

 

 

Por: Nicolás Romero Reeves

El ataque israelí contra Doha, ocurrido el 9 de septiembre de 2025, constituye un quiebre histórico en la política de Medio Oriente. Nunca antes Israel había golpeado directamente a un Estado del Golfo que no estuviera involucrado de manera directa en el conflicto palestino. El hecho no solo marca la muerte del llamado derecho internacional basado en reglas, sino que desnuda la fragilidad de los aliados de Washington que, pese a su aparente cercanía con la superpotencia, se descubren desprotegidos frente a la violencia de Tel Aviv.

Si incluso un socio estratégico como Qatar —anfitrión de la base militar estadounidense de Al Udeid, pieza clave de la arquitectura de defensa en el Golfo— puede ser atacado con impunidad, ¿qué queda para el resto de los países árabes?

El operativo israelí en Doha se dirigió contra supuestos miembros de Hamas presentes en territorio qatarí. El saldo: entre cinco y seis muertos, entre ellos operativos palestinos y un oficial de seguridad de Qatar. La operación no fue desmentida: al contrario, el propio primer ministro israelí Benjamin Netanyahu se apresuró a justificarla.

En declaraciones recogidas por Reuters (10/09/2025), Netanyahu afirmó:

“No permitiremos que ningún país, sea cual sea, financie a Hamas o dé refugio a quienes conspiran contra Israel. Qatar no puede pretender ser mediador mientras financia al terrorismo”.

Con esta frase, Netanyahu dejó claro que Israel no reconoce la “neutralidad” qatarí. Por más que Doha se presente como mediador en el conflicto de Gaza junto con Egipto y Estados Unidos, Israel lo percibe como cómplice. La geopolítica real, por tanto, se impone sobre las pretensiones diplomáticas.

Más grave aún es que Estados Unidos estaba al tanto de la operación, como filtraron medios de Washington y Doha. La tolerancia norteamericana envía un mensaje inequívoco: Qatar, a pesar de ser un aliado con tropas y sistemas antiaéreos estadounidenses en su territorio, no cuenta con inmunidad frente a las acciones de Israel.

Durante años, Qatar se ha promocionado como un actor singular: pequeño en territorio, pero influyente en diplomacia y finanzas. Su rol como anfitrión de negociaciones entre Hamas e Israel le permitía presentarse como mediador necesario. Sin embargo, el ataque demuestra que la “neutralidad” no protege a nadie.

Ser aliado de Washington no significa estar a salvo, sino estar atrapado en su lógica de guerra. La alianza estratégica de Qatar con EE.UU. lo ha hecho dependiente de sistemas de defensa antiaérea de origen norteamericano que, llegado el momento, no se activaron frente a los misiles israelíes.

Doha queda así en una posición incómoda: ni su poder económico ni su rol mediador le otorgan blindaje frente al expansionismo israelí, y mucho menos frente a la permisividad norteamericana.

La Cumbre de Doha: palabras sin acciones

El 15 de septiembre, apenas seis días después del ataque, se celebró en Qatar la Cumbre Árabe-Islámica de Emergencia. Convocada para dar una respuesta conjunta, reunió a líderes de la Liga Árabe y de la Organización para la Cooperación Islámica.

La declaración final condenó el ataque como “cobarde” e “ilegal”, reafirmó la soberanía de Qatar y llamó a la unidad islámica. El Consejo de Cooperación del Golfo prometió fortalecer capacidades militares conjuntas. Pero más allá de la retórica, no se aprobaron sanciones, ni cortes de relaciones diplomáticas con Israel, ni medidas económicas contundentes.

La crítica fue inmediata:

El diario Tehran Times resumió la frustración con el titular: “Doha summit ends with strong words, no action”.

El líder de Ansarolá en Yemen, Abdul-Malik al-Houthi, acusó a los países árabes de limitarse a declaraciones “débiles” mientras Israel actúa con impunidad.

Irán, por su parte, rechazó la mención a la “solución de dos estados” incluida en el comunicado final, calificándola como una concesión política que legitima la ocupación.

La cumbre, en consecuencia, terminó mostrando más divisiones que unidad.

Lo que queda en evidencia es la jerarquía desigual dentro de la alianza occidental. Para Estados Unidos, Israel tiene carta blanca incluso para atacar a sus propios aliados.

La base de Al Udeid en Qatar es la mayor instalación militar norteamericana en Medio Oriente, con decenas de miles de efectivos y sistemas de defensa de última generación. Sin embargo, el ataque israelí pasó sin que ninguno de esos mecanismos se activara para proteger la soberanía qatarí.

La pregunta es inevitable: ¿de qué sirve hospedar tropas extranjeras y gastar miles de millones en armas si no se puede impedir que un “socio estratégico” te ataque?

El analista Sergio Rodríguez Gelfenstein lo ha planteado con claridad: vivimos el fin del derecho internacional basado en reglas. Hoy impera la ley del más fuerte.

Si Israel puede atacar a Qatar —país no beligerante, aliado de EE.UU., sede de negociaciones internacionales— sin sufrir sanciones ni condenas de Occidente, entonces no existe orden internacional. Solo queda el ejercicio del poder desnudo, protegido por Washington.

El ataque a Doha marca un punto de no retorno. Qatar y los demás aliados de Estados Unidos deben comprender que su seguridad no está garantizada por la superpotencia. Washington protege a Israel, no a sus “socios”.

Hoy fue Doha. Mañana puede ser Riad, Abu Dabi o Manama. La neutralidad es imposible en una región donde la guerra y la fuerza marcan las reglas. La pasividad de las élites árabes frente a la agresión israelí no solo acelera la impunidad de Tel Aviv, sino que arrastra consigo la última ilusión de un orden internacional estable.

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