La derecha ya fijó el marco de la discusión: Evelyn Matthei condicionó el apoyo de sus parlamentarios a que se “transparenten” las deudas del Estado. Su presidente de partido, Guillermo Ramírez (UDI), selló la línea: no tramitar hasta “aclarar” el Presupuesto pasado. Es la fabricación de la “herencia maldita”: primero se instala la idea de un agujero oculto; mañana se legitima la tijera. Grau lo llamó “declaraciones de campaña”; puede ser. Pero campaña es precisamente cuando se definen los relatos que autorizan el ajuste.
Por Equipo El Despertar
Esta semana el Gobierno debe ingresar el Presupuesto 2026, el erario con el que arrancará la próxima administración el 11 de marzo de 2026. Y el encargado de llevar la pelota al Congreso será Nicolás Grau, recién llegado a Hacienda tras la salida del guardián del neoliberalismo en Chile, Mario Marcel. No tendrá luna de miel: llegará a la discusión con la oposición en guardia y con la Dirección de Presupuestos bajo fuego por proyecciones fallidas. (Fuente: The Clinic, Jorge Palacios).
Grau busca anclar ese fetiche de la izquierda institucional conocido como “responsabilidad social y fiscal”, prometiendo un proyecto “sólido” que “va a mejorar en el Congreso”, continuidad que intenta calmar a los mercados sin abandonar la agenda social de salud, vivienda, pensiones y trabajo. No es casual que su libreto conteste dos frentes a la vez: al interior, la crítica del PC ; afuera, la sospecha de que el Gobierno infla promesas sin caja. El eslogan de “responsabilidad” es la contraseña de ambos mundos.
La derecha ya fijó el marco de la discusión: Evelyn Matthei condicionó el apoyo de sus parlamentarios a que se “transparenten” las deudas del Estado. Su presidente de partido, Guillermo Ramírez (UDI), selló la línea: no tramitar hasta “aclarar” el Presupuesto pasado. Es la fabricación de la “herencia maldita”: primero se instala la idea de un agujero oculto; mañana se legitima la tijera. Grau lo llamó “declaraciones de campaña”; puede ser. Pero campaña es precisamente cuando se definen los relatos que autorizan el ajuste.
Hacienda llega con flancos: la presidenta de la Comisión de Hacienda del Senado, Ximena Rincón (Demócratas), que acaba de ser dejada fuera de la carrera a la reelección por acción del oficialismo, recuerda que no se cumplieron las proyecciones del Presupuesto 2025, ingresos del litio y ley de cumplimiento tributario, críticas que apuntan a Javiera Martínez en Dipres. Esa pérdida de credibilidad técnica es munición para negociar al alza: más cifras, más condicionamientos, más veto desde la mixta.
El fondo, sin disfraces, es distributivo: el presupuesto es lucha de clases en números. ¿Se financiarán las urgencias con recaudación progresiva y cierre de exenciones, o con retraso de inversiones y austeridad que recaen abajo? Marx y Engels ya lo escribieron: “El Estado moderno no es sino el comité que administra los negocios comunes de la burguesía” . Ese comité hoy exigirá “orden” a cambio de votos; la pregunta es a costa de quién. La respuesta más viable: a costa de los pueblos de Chile
El “va a mejorar en el Congreso” de Grau es una puerta abierta a la transacción. Traducido a práctica: reasignaciones hacia seguridad y orden, metas de gasto más duras, cláusulas de ejecución y “contrapartidas” para programas sociales. Con Rincón conduciendo la mixta y la oposición alineada, el ministro necesitará algo más que un buen power point: alianzas internas y una línea roja clara sobre qué no se recorta.
Si de transparencia se trata, no basta con el eslogan: hace falta un inventario público de devengos y deudas con proveedores por servicio y antigüedad; pasivos contingentes de contratos; plan de pagos priorizando pymes; y trazabilidad de cada peso “ahorrado” y su destino. Lo demás es moralismo fiscal para justificar tijeras. Gramsci lo resumió: cuando el consenso se agota, crece la coerción; en presupuesto, esa coerción se llama austeridad. La disyuntiva es sobria: derechos financiados o gerencialismo con recortes.