Mientras la empresa recauda cifras millonarias gracias al alza del cobre, los habitantes del territorio deben conformarse con migajas, fondos concursables y discursos vacíos. La “Responsabilidad Social Empresarial” no es más que una pantalla ideológica para neutralizar la resistencia popular y reproducir el dominio del capital sobre la vida cotidiana. No sorprende que la municipalidad esté harta; sorprende que haya tardado tanto en romper con este simulacro de diálogo.
Por Equipo El Despertar
En la provincia del Choapa, el conflicto entre la Municipalidad de Salamanca y la transnacional Minera Los Pelambres vuelve a demostrar que el capital no negocia, impone. El alcalde Gerardo Rojas ha declarado abiertamente la ruptura del diálogo con la empresa controlada por el Grupo Luksic, acusándola de incumplimientos reiterados en proyectos comunitarios, mientras sigue extrayendo recursos naturales a un ritmo que nada tiene que ver con el desarrollo local y todo que ver con la acumulación de capital en manos privadas.
La disputa no es nueva, pero ha escalado en los últimos meses al punto de que el municipio prepara acciones legales contra la minera. ¿El motivo? El incumplimiento de acuerdos en torno a obras de infraestructura básica, como una planta de tratamiento de aguas servidas, que eran parte de los compromisos sociales adquiridos por la empresa para maquillar su expolio. En lugar de eso, lo que queda es el paisaje polvoriento, una economía dependiente y un pueblo atrapado entre promesas rotas y extractivismo sin freno.
Aquí, una vez más, se evidencia el antagonismo entre el capital y el trabajo, entre el interés privado y la necesidad pública. Minera Los Pelambres representa la figura clásica del capital imperial: se apropia de la riqueza material, en este caso, el cobre del subsuelo salamanquino, sin asumir responsabilidad real sobre las condiciones de vida que su presencia genera. Marx lo dijo sin eufemismos: “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies” (El Capital, Tomo I). Salamanca hoy lo confirma.
Mientras la empresa recauda cifras millonarias gracias al alza del cobre, los habitantes del territorio deben conformarse con migajas, fondos concursables y discursos vacíos. La “Responsabilidad Social Empresarial” no es más que una pantalla ideológica para neutralizar la resistencia popular y reproducir el dominio del capital sobre la vida cotidiana. No sorprende que la municipalidad esté harta; sorprende que haya tardado tanto en romper con este simulacro de diálogo.
Lo que se juega en Salamanca no es un malentendido administrativo, sino una expresión concreta de la lucha de clases en el Chile profundo. La acumulación por desposesión continúa operando bajo el ropaje legal de concesiones mineras, mientras los territorios se empobrecen. Si algo demuestra este conflicto, es que la propiedad privada de los medios de producción, en este caso, la mina, sigue siendo la piedra angular de la desigualdad estructural.
Si el municipio persiste en su resistencia y logra articularse con el movimiento popular, este conflicto podría convertirse en una chispa necesaria para reactivar una conciencia de clase que ha estado dormida. Porque Salamanca no necesita más acuerdos con Luksic: necesita poner fin al saqueo. Y para eso, hay que recordar lo que Marx ya advirtió: “Entre derechos iguales decide la fuerza”.