“Hoy urge actualizar la doctrina militar de nuestros países. Es necesario transitar desde la lógica de la “seguridad nacional” impuesta por Washington —basada en el “enemigo interno” y la criminalización de los movimientos populares— hacia una lógica soberanista y regional que priorice la defensa común frente a amenazas externas. La hegemonía que debemos fortalecer no es la de un imperio ajeno, sino la de la unidad latinoamericana y caribeña como garante de paz y desarrollo autónomo. Un ejército regional, construido sobre el respeto a la autodeterminación y la integración solidaria, puede ser el instrumento estratégico para blindar a Nuestra América de la agresión imperial y abrir paso a un futuro de dignidad.”
Por: Nicolás Romero Reeves
El momento histórico que vive Nuestra América exige avanzar en la formación de un ejército integrado regional, capaz de asegurar la paz y proteger la soberanía de nuestros pueblos. Estados Unidos ha intensificado sus amenazas bélicas contra Venezuela, con una retórica de “transición forzada” y ejercicios militares en el Caribe que apuntan a intimidar a un país para apoderarse de su petróleo. Pero la agresión no se limita a Caracas: la expansión de las potencias anglosajonas se extiende hacia el sur, con intereses de Estados Unidos y el Reino Unido en la Antártida, y de Israel en la Patagonia, zonas estratégicas que concentran recursos vitales y reservas de agua dulce en un mundo en crisis climática y energética. Es la derrota estratégica de EEUU y sus aliados frente a China y el Sur Global lo que irremediablemente los empuja a acelerar conflictos bélicos en el globo, que es muy probable involucren en un futro próximo a nuestra región.
En paralelo, Washington desarrolla una estrategia cada vez más evidente: utilizar flujos de crimen organizado para desestabilizar sociedades latinoamericanas, justificar intervenciones “antinarcóticos” y perpetuar la subordinación militar a través del Comando Sur. La DEA, el Pentágono y diversas agencias de inteligencia actúan bajo un mismo libreto: convertir al narcotráfico en un vector geopolítico que erosiona la soberanía y la gobernabilidad de nuestros Estados. Esta táctica no es nueva, pero hoy adquiere un carácter decisivo frente al ascenso de gobiernos que buscan articular procesos de integración autónoma.
La idea de un ejército regional no surge de la nada. Simón Bolívar ya planteaba en el siglo XIX la necesidad de una alianza militar defensiva de los pueblos liberados para resistir el avance colonial. En el siglo XX, figuras como Juan Domingo Perón en Argentina, Getúlio Vargas en Brasil y Salvador Allende en Chile reflexionaron sobre la urgencia de construir una doctrina común que superara la dependencia de doctrinas extranjeras. Más recientemente, Hugo Chávez y Fidel Castro retomaron la propuesta de una defensa regional articulada, consciente de que la integración militar era la pieza ausente para consolidar la soberanía política y económica.
Hoy urge actualizar la doctrina militar de nuestros países. Es necesario transitar desde la lógica de la “seguridad nacional” impuesta por Washington —basada en el “enemigo interno” y la criminalización de los movimientos populares— hacia una lógica soberanista y regional que priorice la defensa común frente a amenazas externas. La hegemonía que debemos fortalecer no es la de un imperio ajeno, sino la de la unidad latinoamericana y caribeña como garante de paz y desarrollo autónomo. Un ejército regional, construido sobre el respeto a la autodeterminación y la integración solidaria, puede ser el instrumento estratégico para blindar a Nuestra América de la agresión imperial y abrir paso a un futuro de dignidad.