La ONU, a través de su Alto Comisionado de Derechos Humanos, condenó el golpe a Doha como una agresión a la paz regional y al derecho internacional. No es un tecnicismo: es el recordatorio de que el “orden basado en reglas” queda reducido a eslogan cuando los aliados de Occidente violan las reglas impunemente. El Consejo de Seguridad, incluso con respaldo de Estados Unidos, repudió el ataque. ¿Tarde? Sí. ¿Insuficiente? También. Pero es una grieta en el muro de la complicidad, tanto de Catar como de EEUU.
Por Daniel Jadue
Lo ocurrido el 9 de septiembre en Doha no es un “hecho aislado” ni un despliegue quirúrgico de alta tecnología; es la continuidad de una doctrina de guerra extraterritorial que desconoce soberanías, sabotea la diplomacia y consolida la impunidad de un régimen colonial. En plena capital de Catar, país mediador de un alto al fuego, Israel intentó decapitar la conducción política de Hamas. Falló en su objetivo principal, pero dejó seis muertos y un mensaje: para sostener su guerra, está dispuesto a abrir otro frente en el corazón del Golfo.
No se trata solo del ataque. Se trata del método: según altos funcionarios estadounidenses y medios internacionales, la operación habría empleado misiles balísticos lanzados desde cazas sobre el Mar Rojo, una modalidad “sobre el horizonte” diseñada para eludir defensas y, sobre todo, para burlar la responsabilidad política de atravesar espacios aéreos de terceros países. ¿Tecnología de punta? Sí. ¿Legalidad? Nula. ¿Riesgo de escalada regional? Inmenso.
Que los principales dirigentes de Hamas hayan sobrevivido, mientras morían miembros de menor rango y un funcionario de seguridad catarí, desnuda otra verdad: el cálculo militar puede ser preciso, pero la política de asesinatos selectivos es torpe por esencia; no desarticula a un pueblo ni reemplaza la negociación, solo multiplica agravios y bloquea salidas.
La ONU, a través de su Alto Comisionado de Derechos Humanos, condenó el golpe a Doha como una agresión a la paz regional y al derecho internacional. No es un tecnicismo: es el recordatorio de que el “orden basado en reglas” queda reducido a eslogan cuando los aliados de Occidente violan las reglas impunemente. El Consejo de Seguridad, incluso con respaldo de Estados Unidos, repudió el ataque. ¿Tarde? Sí. ¿Insuficiente? También. Pero es una grieta en el muro de la complicidad, tanto de Catar como de EEUU.
En paralelo, Catar convocó una cumbre árabe-islámica de emergencia. El mensaje fue claro: la soberanía no es negociable y el genocidio en Gaza, que ya arrastra acusaciones emanadas de instancias de la ONU, no puede ser “exportada” a las capitales de la región para forzar rendiciones. La reunión es importante, pero no alcanza si no se traduce en medidas concretas: suspensión de cooperación militar, sanciones, boicot y apoyo material a la reconstrucción de Gaza.
Algunos han sugerido que el Reino Unido habría desempeñado un rol de “habilitador” directo durante el ataque por la presencia de un avión cisterna Voyager en el área. Los hechos deben decir la última palabra: el propio gobierno británico lo niega, y verificaciones independientes señalan además incompatibilidades técnicas para reabastecer a aeronaves israelíes. ¿Significa esto que Occidente es ajeno a la arquitectura que permitió la agresión? En absoluto. El punto no es perseguir fantasmas, sino mirar de frente la red de alianzas, bases y sensores que hace posible esta impunidad.
Desde una lectura marxista, nada de esto sorprende. El colonialismo tardío necesita proyección de fuerza y deslocalización de la violencia para sostener un patrón de acumulación que en Gaza se expresa como despojo absoluto: tierra, agua, puertos, trabajo y hasta los cuerpos reducidos a botín. Frantz Fanon advirtió que el colonizador intenta imponer su geografía sobre la vida del colonizado; hoy esa geografía se extiende con misiles que viajan “por fuera” del mapa jurídico. Edward Said nos enseñó que el papel del intelectual, y, agrego, de cualquier servidor público decente, es decir la verdad al poder, aunque duela. Y la verdad es que la llamada “disuasión” israelí descansa tanto en la tecnología como en la red de coberturas diplomáticas que le ofrecen Estados Unidos, Europa, los Gobiernos Arabes y sus socios, incluso cuando, como ahora, deben condenar a regañadientes para contener el costo político.
El ataque a Doha es, además, un sabotaje abierto a la vía negociada. Se golpeó mientras había conversaciones de alto el fuego en curso en una capital que ha devenido en cercana al proyecto sionista. ¿Mensaje? No habrá tregua que no pase por la humillación del otro. El resultado es conocido: más muertos, más desplazamientos, más odio, y un paso más hacia la normalización de los asesinatos transnacionales como política de Estado. Quienes hablan de “seguridad” deberían tener la honestidad de reconocer que están defendiendo un régimen de inseguridad permanente para los pueblos de la región y para la humanidad toda.
¿Qué nos toca hacer en América Latina y en Chile? Primero, romper la neutralidad cómplice. No hay equidistancia posible entre el colonizador y el colonizado. Exigir el cumplimiento estricto del derecho internacional, apoyar las acciones ante la Corte Penal Internacional, suspender todo acuerdo de cooperación militar y compra de tecnología con el Estado agresor, fortalecer el BDS y respaldar a los países que se atrevan a poner condiciones reales a su relación con Israel. Segundo, apostar por una diplomacia de los pueblos: ciudades, universidades, sindicatos y parlamentos pueden y deben actuar cuando los gobiernos vacilan. Tercero, organizar solidaridad material con Gaza y con los refugiados palestinos. Como decía Martí, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, pero las ideas que no se vuelven organización y recursos son consuelo estético.
Seamos nítidos: no se trata de celebrar a tal o cual actor regional. Se trata de defender un principio que también nos concierne: si hoy se puede bombardear Doha para imponer una agenda, mañana cualquier capital latinoamericana que incomode al poder global puede ser disciplinada. La soberanía no es un adorno; es una condición para que nuestros pueblos decidan su destino.
Hay quienes dirán que esta columna es “dura”. La dureza es la de los hechos: una capital bombardeada, un proceso de paz saboteado, una región al borde del incendio. Yo elijo estar del lado de las mayorías que resisten, del lado de la legalidad internacional, aunque cada día que pasa parezca más inútil, que protege a los pobres de la tierra y del lado de la verdad histórica: Palestina no es un tema ajeno; es el espejo donde se mide la coherencia de cualquiera que invoque derechos humanos, democracia y paz. Y esa vara hoy deja a muchos sin mascaras.