El expediente norteamericano en América Latina es conocido: vetos tecnológicos (5G), advertencias sobre puertos estratégicos, palanca de organismos multilaterales y “cooperación” militar. Todo para que el “patio trasero” siga siendo eso: trasero. Que ahora algunos gobiernos rechacen la etiqueta no los libra de la presión: los embajadores no reparten garrotes por hobby, sino para asegurar rutas de cobre, litio, soja, petróleo y la alineación diplomática que requieren sus cadenas de valor.
Por Equipo El despertar
Pekín salió al ruedo: el portavoz Lin Jian pidió a Washington dejar de “coaccionar” a los países latinoamericanos y respetar su derecho a escoger socios. No lo dijo en el vacío: según prensa estadounidense (The Economist, The New York Times), la Casa Blanca habría intensificado en 2025 sus presiones diplomáticas, comerciales y militares para enfriar los vínculos con China. La cancillería china, por su parte, repitió su mantra: “apertura, inclusión y beneficio mutuo”. Traduzcamos al idioma de la economía política: disputa por materias primas, puertos, estándares tecnológicos y finanzas; o sea, hegemonía.
Para el que aún crea en cuentos morales, Marx ya lo advertía en el Manifiesto: “La burguesía… obliga a todas las naciones a adoptar el modo de producción burgués, so pena de perecer; las constriñe a introducir la llamada civilización” (Obras Escogidas, Progreso, 1980). Ayer fue el cañón y la Doctrina Monroe; hoy son sanciones, listas negras, condicionalidades financieras y amenazas regulatorias. Estados Unidos llama a eso “valores” y “seguridad”; cuando lo ejerce China se bautiza “coerción” o “deuda trampa”. La mercancía es la misma, cambia el embalaje.
El expediente norteamericano en América Latina es conocido: vetos tecnológicos (5G), advertencias sobre puertos estratégicos, palanca de organismos multilaterales y “cooperación” militar. Todo para que el “patio trasero” siga siendo eso: trasero. Que ahora algunos gobiernos rechacen la etiqueta no los libra de la presión: los embajadores no reparten garrotes por hobby, sino para asegurar rutas de cobre, litio, soja, petróleo y la alineación diplomática que requieren sus cadenas de valor.
China juega otra música, con instrumentos propios: créditos de banca política, inversiones en infraestructura (puertos, energía, trenes), la “Ruta de la Seda Digital” (fibra, data centers, proveedores de red) y swaps de divisas que alivian el dólar escaso. Se vende como “gana–gana”; en realidad, asegura insumos y mercado para su industria y abre espacios a su normativa técnica. ¿Mejor que Washington? Depende de con qué Estado negocie cada país: si hay contenido local, transferencia tecnológica y participación pública en la renta, la asimetría se amortigua; si no, es la vieja reprimarización con bandera nueva.
La clave, como siempre, está adentro. Las fracciones de la burguesía local, financiera, importadora, extractiva, eligen padrino según su plan de negocios; el Estado arbitra. “El poder ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Marx y Engels, Manifiesto, Obras Escogidas). Sin bloque popular que imponga condiciones, ese comité firma lo de siempre: exenciones, enclaves y externalidades ambientales que pagan trabajadores y comunidades.
Algunos gobiernos ensayan la “multialineación”: foto con Washington, memorándum con Pekín, guiño a Bruselas. Bien como táctica para subir el precio; inútil si no hay capacidad estatal para ejecutar: bancos de desarrollo con músculo, empresas públicas que no sean cascarón, política industrial, cláusulas de desempeño y sanciones por incumplimiento. De lo contrario, “beneficio mutuo” se traduce en beneficio privado y costo social.
La palabra “coerción” no es monopolio estadounidense. También la ejerce la escala: quien domina logística, plataformas, estándares y crédito impone realidad sin disparar. Ahí cabe otra línea de Marx: “Entre derechos iguales decide la fuerza” (El Capital, Libro I, Obras Escogidas). La fuerza aquí es la de la moneda hegemónica (dólar) y la capacidad industrial (China). Si Washington aprieta demasiado, puede empujar a más gobiernos hacia Pekín; si Pekín apreta con “condiciones implícitas”, reproducirá dependencias con otro acento.
El dilema latinoamericano no es elegir himno, sino capturar la plusvalía que hoy se va por aduanas y oleoductos. Soberanía no es proclamar que “no somos patio trasero”; es planificar qué se produce, con qué tecnología y para quién, y quién se apropia del excedente. Sin eso, la región seguirá siendo escalón de una escalera ajena. Con eso, los Lin Jian del mundo, y sus pares en Washington, tendrán que negociar en serio, no dictar.