El veto también educa: señala a aliados y rivales que la legalidad internacional es flexible cuando toca la matriz de poder. ¿Efecto? Más impunidad hoy y más violencia mañana. El derecho internacional deviene manual de excepciones: cuando me conviene es vinculante; cuando no, “inaceptable”. Y la ONU queda como teatro donde se pronuncian discursos que no alcanzan a tapar los cráteres.
Por Equipo El despertar
Quince sillas, catorce manos a favor y una en contra. Estados Unidos, el principal cómplice del genocidio, volvió a imponer su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU contra una resolución que exigía “un alto el fuego inmediato, incondicional y permanente” en Gaza y la liberación de rehenes. El resto del Consejo, sí, todos, respaldó el texto en respuesta a la declaración oficial de hambruna tras casi dos años de guerra. Washington lo tildó de “inaceptable” y repitió el ultimátum: que Hamás se rinda y entregue a todos los rehenes. Traducción material: sin capitulación del enemigo, la maquinaria bélica mantiene el motor encendido.
El veto no es un rayo caprichoso; es la regla cuando están en juego los intereses del bloque dominante. En clave imperial, ese interés se expresa como derecho de veto, corredores de armas, financiamiento y cobertura diplomática. La guerra sigue porque hay cadenas de valor, desde bombas guiadas hasta software de vigilancia, que rentan con cada bombardeo, y porque el orden regional se disciplina a golpe de “excepciones” humanitarias administradas por quien aprieta el gatillo y controla la aduana.
Mientras los tanques y aviones pulverizan Ciudad de Gaza, el discurso humanitario se vuelve contabilidad: camiones que pasan o no pasan, calorías per cápita, litros de agua. Pero el hambre no es un accidente; es economía política del asedio. Cuando se destruye la infraestructura civil, se bloquea el flujo de mercancías básicas y se castiga colectivamente a toda una población, el resultado se llama hambruna inducida. Y aquí el veto funciona como paraguas jurídico: protege la práctica que luego finge lamentar.
Estados Unidos, el protector de el estado genocida. invoca la liberación de rehenes para negar el alto el fuego; pero el texto vetado exigía ambas cosas. ¿Qué se niega en realidad? Se niega al resto del mundo la posibilidad de fijar un límite jurídico y político a una guerra que hace estallar, día tras día, la reproducción de la vida. En la ONU, la fuerza no son solo los marines; es el poder de anular la mayoría con una palabra y seguir facturando guerra.
El cálculo doméstico tampoco es un misterio. La Casa Blanca administra presiones electorales, lobby armamentista y geopolítica. Cada envío militar, cada cláusula de “renovación urbana” discutida para Gaza tras la devastación —esa elegante manera de nombrar la desposesión— garantiza futuros contratos y territorios “reordenados” a medida. La seguridad de unos se compra con la inseguridad permanente de otros: trabajadores palestinos sin techo ni salario; familias israelíes viviendo con sirenas y duelos encadenados; y, de fondo, accionistas que duermen a pierna suelta.
El veto también educa: señala a aliados y rivales que la legalidad internacional es flexible cuando toca la matriz de poder. ¿Efecto? Más impunidad hoy y más violencia mañana. El derecho internacional deviene manual de excepciones: cuando me conviene es vinculante; cuando no, “inaceptable”. Y la ONU queda como teatro donde se pronuncian discursos que no alcanzan a tapar los cráteres.
Lo que haría falta para detener la espiral no cabe en un eslogan: alto el fuego verificable, canje y liberación de rehenes, embargo de armas efectivo a todas las partes, corredores humanitarios desmilitarizados y gestionados internacionalmente, y garantías para una salida política que no sea el enésimo gueto con otro nombre. Sin cortar el suministro de medios de destrucción, cada resolución es papel mojado.
La frase es vieja y no por eso menos precisa: “La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva” (Marx, El Capital, Libro I, Obras Escogidas). En Gaza, la partera no trae vida: trae ruinas, negocios y mapas redibujados. El veto de hoy no defiende valores; defiende intereses. Y hasta que eso no se nombre sin maquillaje, la hambruna seguirá contando calorías, los misiles seguirán contando blancos, y la diplomacia seguirá contando vetos.