La escena fue brutal en su simbolismo: 14 manos levantadas por el cese del fuego y una sola, la de la superpotencia, cancelando la posibilidad de parar la matanza. El embajador de Argelia pidió perdón al pueblo palestino; no por impotencia moral, sino por la aritmética del veto que secuestra la voluntad del mundo. Fanon lo escribió con claridad: el colonialismo no dialoga, se impone. Hoy se impone con misiles y con veto.
Por Editor El despertar
El 18 de septiembre, Estados Unidos vetó en el Consejo de Seguridad una resolución que exigía un alto el fuego inmediato y permanente en Gaza, la liberación de rehenes y el levantamiento de las restricciones de ayuda. Fue 14 a 1. Sexto veto en esta guerra. La comunidad internacional dice “alto el fuego”; Washington responde “no”. ¿Cómo se llama a eso? Poder desnudo, impunidad institucionalizada.
La justificación oficial es vieja como el colonialismo: el texto “no condenaba suficientemente a Hamas” y no reiteraba el mantra del “derecho a la autodefensa” de Israel. Pero el resultado es concreto: se prolonga una catástrofe humanitaria y se blinda diplomáticamente a un ejército que bombardea una población cercada y hambrienta. Rosa Luxemburgo advertía que la “legalidad” del opresor siempre encuentra las palabras para justificar el crimen; aquí las halló en la sala más solemne del sistema internacional.
La escena fue brutal en su simbolismo: 14 manos levantadas por el cese del fuego y una sola, la de la superpotencia, cancelando la posibilidad de parar la matanza. El embajador de Argelia pidió perdón al pueblo palestino; no por impotencia moral, sino por la aritmética del veto que secuestra la voluntad del mundo. Fanon lo escribió con claridad: el colonialismo no dialoga, se impone. Hoy se impone con misiles y con veto.
Desde una lectura marxista, el veto no es un “error diplomático”; es funcional a un patrón de acumulación que necesita guerra prolongada, control territorial y saqueo de recursos. La “seguridad” que invocan los aliados de Israel es la seguridad de los mercados, de los corredores energéticos y de la industria militar. La vida palestina, reducible a costo colateral. Edward Said llamó a decir la verdad al poder: la verdad es que Washington bloquea la paz porque protege un régimen de apartheid y ocupación que le es útil geopolíticamente.
¿Qué sigue? Sin presión real, más muerte y más hambre. Y una señal peligrosa hacia el Sur Global: ni 14 votos bastan para frenar una guerra cuando chocan con los intereses del hegemón. La voz palestina en la ONU fue clara: no hay “derecho” a masacrar; lo que hay es una cadena de complicidades que convierte el veto en coautoría política. Ese es el nombre de la responsabilidad.
Chile y América Latina no pueden ser espectadores. Toca romper la neutralidad cómplice: suspensión de cooperación militar y compras de armamento al Estado agresor; apoyo activo a la justicia internacional; fortalecimiento del BDS; reconocimiento efectivo de Palestina con medidas materiales, no solo discursos. Martí nos enseñó que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, pero hoy las ideas deben traducirse en sanciones, boicots y ayuda humanitaria.
Un editorial no detiene una guerra. Pero nombra lo que muchos callan: el veto de Estados Unidos es la coartada jurídica de una masacre. Y frente a eso, no hay equidistancia posible. La paz se construye desarmando la impunidad, no administrándola.