Los defensores del modelo europeo suelen hablar de “ajustes”, “transiciones verdes” y “resiliencia económica”. En términos marxistas, lo que vivimos es la fase avanzada del capitalismo monopolista de Estado, donde los grandes conglomerados financieros dictan la política fiscal, laboral y social de la UE.
Por Equipo El Despertar
Mientras Bruselas exporta guerras, sanciones y discursos de derechos humanos, más de 95 millones de personas en la Unión Europea viven en riesgo de pobreza o exclusión social, según datos oficiales de Eurostat. El dato no sólo desmiente el mito de la “Europa del bienestar”, sino que confirma lo que Marx advirtió con precisión quirúrgica: el desarrollo del capital conlleva el empobrecimiento relativo —y a veces absoluto— del proletariado.
Aunque la UE proyecta una imagen de estabilidad y progreso, la realidad material de sus trabajadores refleja un proceso de degradación constante. Alemania, Francia, Italia y España —potencias del bloque— exhiben tasas alarmantes de pobreza laboral, desempleo estructural y exclusión.
Los defensores del modelo europeo suelen hablar de “ajustes”, “transiciones verdes” y “resiliencia económica”. En términos marxistas, lo que vivimos es la fase avanzada del capitalismo monopolista de Estado, donde los grandes conglomerados financieros dictan la política fiscal, laboral y social de la UE.
La creciente pauperización no es un “fallo del sistema”, sino su producto natural. Como se expresa en el Manifiesto del Partido Comunista:
“El obrero moderno, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende cada vez más por debajo de las condiciones de existencia de su propia clase. […] El trabajo del proletario ha perdido todo atractivo; el obrero se convierte en un simple apéndice de la máquina.”
El 21% de personas en riesgo de pobreza o exclusión social no son víctimas de una “mala política pública”, sino de la ley general de la acumulación capitalista que Marx desarrolla en El Capital, Tomo I:
“La acumulación del capital implica una acumulación de miseria proporcional a la acumulación de riqueza en el otro polo.”
Este eufemismo estadístico incluye a quienes sobreviven con ingresos inferiores al 60% de la mediana nacional, a los desempleados de larga duración, a los trabajadores precarios y a los que viven en condiciones materiales severamente degradadas (sin calefacción, sin acceso estable a alimentación, sin vivienda digna). Es decir, la nueva clase trabajadora europea, precarizada y desorganizada, vive una nueva forma de pauperismo “con certificado de ciudadanía europea”.
El silencio de los partidos socialdemócratas y progresistas —ya absorbidos completamente por la lógica neoliberal del capital europeo— los convierte en cómplices del proceso de exclusión. Como explicó Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, los Estados imperialistas pueden permitirse ciertas concesiones a su clase obrera “nacional” gracias al saqueo del Sur Global. Hoy, con la tasa de ganancia mundial en caída, ni siquiera esa aristocracia obrera se mantiene intacta.
La respuesta no vendrá de la filantropía ni del “Estado del bienestar” —cada vez más recortado—, sino de la organización política de la clase trabajadora europea contra el capital europeo, tanto en su versión financiera como burocrática (el aparato de la UE).
La crisis europea no es sólo económica: es una crisis de legitimidad del modelo capitalista imperialista en su propio centro.