Por Daniel Jadue
El gobierno francés, presionado por la s elites financieras de Europa que ven con pavor como
su tasa de ganancia disminuye, se prepara para aplicar una batería de recortes digna del
manual del Fondo Monetario Internacional: menos pensiones, menos feriados, menos empleo
público. ¿La excusa? Reducir el déficit. ¿El objetivo? Doblegar a la clase trabajadora francesa,
una de las más combativas de Europa, y someterla a la lógica de la rentabilidad.
La noticia podría haber salido de Buenos Aires, Atenas o Santiago. Pero no. Es París, cuna de la
Comuna, tierra de barricadas. El capital no perdona ni historia ni símbolos. En esta etapa de su
propio desarrollo, sencillamente va por todo.
Este paquete de recortes no es un error técnico, ni una “medida difícil pero necesaria”: es el
reflejo brutal de un capital en fase de decadencia, que ya no tiene espacio para concesiones
sociales y por eso decide destruir lo que queda del pacto social del siglo XX. Es la base del
modelo neoliberal, Cuando la tasa de ganancia cae, la clase capitalista corta cabezas.
Metafóricamente… por ahora.
Reducir las pensiones, eliminar feriados y despedir trabajadores públicos no reactiva la
economía. Solo representa una transferencia directa de ingresos desde el pueblo hacia los
grandes capitales.: Los fondos privados ganan nuevos afiliados obligatorios; Las aseguradoras
de pensiones hacen caja; Las consultoras gerenciales reemplazan empleados públicos; y el
capital financiero aplaude desde Bruselas y Frankfurt.
Los jubilados trabajan más años. Los jóvenes no entran al sector público. El Estado se achica y
el mercado se agiganta. La motosierra no es austeridad: es redistribución inversa.
En este escenario, la izquierda institucional francesa calla o colabora. Los socialistas ya no
ofrecen resistencia. Los “verdes” firman los recortes con lenguaje inclusivo. Y la derecha
tradicional repite el guion tecnocrático: “el sistema está quebrado” pero ninguna vuelve por
ahora a levantar la consigna sobre la necesidad de superar esta forma de organización social y
avanzar en la construcción del socialismo.
¿Quién capitaliza la rabia? Marine Le Pen, Éric Zemmour y los neofascistas, que empatizan con
la indignación popular que crece y la canalizan hacia el nacionalismo reaccionario, el odio al
migrante y el autoritarismo.
El problema no es solo económico. Es político. Cuando la izquierda no disputa la conciencia de
la clase trabajadora y se sobre institucionaliza, el ajuste neoliberal despeja el camino a la
restauración reaccionaria. Tal como sucedió en los años 30.
Francia será un laboratorio más del capital europeo para probar hasta dónde puede estirar la
cuerda. Pero cuidado: los pueblos también aprenden y no siempre las crisis se resuelven en
favor de la clase dominante como algunos esperan.
Las huelgas de basureros, ferroviarios, docentes y enfermeros han demostrado que la clase
obrera francesa no entrega sus conquistas sin pelea. Y lo que hoy llaman “resistencia al ajuste”
puede transformarse en ofensiva por el poder, por el socialismo, por la dignidad.
Como escribían Marx y Engels, “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la
historia de la lucha de clases.” y esa historia aún no ha terminado.