No puede evitarse recordar a Maximiliano de Habsburgo, el emperador instalado por bayonetas francesas en México. París creyó entonces que el Nuevo Mundo podía ser su patio trasero. El desenlace es conocido: Maximiliano “Primero” fusilado en Querétaro por Benito Juárez, fue también “el último”. Francia parece no haber aprendido la lección, salvo que aspire a repetirla en clave naval.
Por Ricardo Jimenez A.
Francia, que alguna vez soñó con exportar “civilización” a cañonazos, ha decidido enviar barcos de guerra al Caribe con el argumento solemne de combatir el narcotráfico. Como si el Caribe fuese un tablero vacío en el que París puede desplegar su flota sin mayor explicación. En nombre de la seguridad internacional, la República revive las viejas sombras de la aventura imperial.
El narcotráfico sirve aquí como bandera conveniente. No es que Francia ignore la complejidad real de ese comercio ilegal, sino que encuentra en él una excusa para justificar su presencia militar en aguas ajenas. Nada nuevo: solo los pretextos de ayer cambian, hoy es la “lucha contra la droga”, tan elástica que cabe en cualquier discurso de poder.
No puede evitarse recordar a Maximiliano de Habsburgo, el emperador instalado por bayonetas francesas en México. París creyó entonces que el Nuevo Mundo podía ser su patio trasero. El desenlace es conocido: Maximiliano “Primero” fusilado en Querétaro por Benito Juárez, fue también “el último”. Francia parece no haber aprendido la lección, salvo que aspire a repetirla en clave naval.
Francia, que se alarma por el tráfico de cocaína en el Caribe, olvida mirar hacia dentro. El consumo europeo sostiene la rentabilidad del negocio. Sin las narices de las capitales europeas, la cocaína no tendría su precio de oro. Combatir al narcotráfico sin hablar del consumo es como negar bofetones trasmitidos en vivo por televisión: tarea de imbéciles.
Macron y el polvo blanco Y en este teatro entra Emmanuel Macron, tan serio en sus discursos como ligero en aquel vagón belicista de tren en que el mundo entero lo vio ocultar una bolsita de cocaína. No es necesario confirmar ni desmentir: la ironía basta. El pretexto militar se vuelve sátira cuando el dedo acusador viene manchado de polvo.
El despliegue francés no es más que un contrahecho ejercicio de poder simbólico. Narcotráfico o no, la operación encubre la necesidad de proyectar relevancia en un mundo multipolar que ha dejado a París en un segundo y decadente plano. Que sus buques solo puedan aventurarse bajo la sombra de su patrón norteamericano, que no pierde ocasión de despreciarlo y humillarlo públicamente, ahorra todo comentario.
De Maximiliano fusilado en México a Macron enviando barcos al Caribe, la línea es más recta de lo que parece. La diferencia es que hoy la ironía viaja más rápido: mientras los barcos avanzan a motor, las verdades de la decadencia imperial francesa lo hacen a la velocidad de la luz.
