Dom. Dic 7th, 2025

¿Nos olvidamos?

Oct 15, 2025

Pero, insistir, lo que se sucede en octubre de 2019 no es explicable por UN mal gobierno, ni por declaraciones “desafortunadas” de ministros, ni por el alza de 30 pesos en el transporte público. Si la
ciudadanía había acumulado niveles de descontento suficientes para radicalizar su actuar como lo hizo, fue claramente también porque aquellas “salidas de libreto” se condecían plenamente con la
realidad que el pueblo chileno vivía, y vive, hace años. Con índices de desigualdad vergonzosos, ingresos mínimos que no alcanzan, alzas permanentes del costo de la vida, mientras el gran capital
goza siempre de prosperidad, las AFP, las Isapres, la banca, ven utilidades millonarias, de cifras que somos incapaces siquiera de imaginar, todos los años, en todo contexto. Las empresas se coluden, la política se financia de manera corrupta, mientras las grandes mayorías se siguen endeudando por
educación, salud y techo, si es que acaso logran acceder plenamente a alguna de las tres cosas.

Por Tomás Opazo Rodríguez

Han pasado seis años del 18 de octubre de 2019, aquel día en que la movilización masiva y de la
ciudadanía en las calles se expresó con un nivel de radicalidad que hizo imposible al sistema el hacer
oídos sordos. Hoy, desde los más plurales sectores, pareciera que los actores políticos oficiales,
dirigentes, representantes y candidatos, se esfuerzan por evitar este episodio de nuestra historia
reciente, por no hablar de el, no analizarlo, muchísimo menos reivindicarlo. En actitudes que resultan
no solo una cobardía, que demuestra un acomodo cada vez más total al sistema, sino también una
desinteligencia, de quienes han decidido tirar por la borda cualquier símbolo, contenido, idea fuerza
y/o experiencia, que de 2019 pudiera rescatarse para la construcción de un proyecto revolucionario.
Ante esta postura, de quienes se agrupan sin problema en el coro de la defensa irrestricta del
“Estado de Derecho”, en una cosificación total de la institucionalidad y la “democracia” -no importa la
capacidad de tal Estado de brindar seguridad ni prosperidad a sus gobernados, ni la eficacia de la
democracia representativa para resolver las urgencias del pueblo-, resulta imperioso, a lo menos,
hacer memoria.

Como lúcidamente supo sintetizar en consigna la movilización -”no son 30 pesos, son 30 años”-, la
revuelta de octubre se erigió como una impugnación a la “transición democrática” -cuyo carácter
democratico es más que cuestionable-, al sistema neoliberal, la constitución dictatorial y sobretodo
hacia una característica, muy poco analizada, profundamente propia de la democracia representativa,
que es justamente la distancia entre representantes y representados, esa que se vuelve cada vez
más vertical, con instituciones y personeros plenamente alejados de la realidad de quienes buscan
gobernar. Fueron ejemplos obscenamente evidentes de esto, las declaraciones de los funcionarios
de gobierno de Sebastian Piñera durante las semanas previas, con ministros que ante el alza del
costo de la vida llamaban a comprar flores, que estaban baratas, para resolver los problemas
edilicios de la educación pública dijeron ”hagan bingos”, que las filas en los consultorios médicos se
producen por que la gente iba a hacer vida social y que basta eso de que “cualquier patipelado se
sienta con el derecho a insultar” a los señores políticos.

Pero, insistir, lo que se sucede en octubre de 2019 no es explicable por UN mal gobierno, ni por
declaraciones “desafortunadas” de ministros, ni por el alza de 30 pesos en el transporte público. Si la
ciudadanía había acumulado niveles de descontento suficientes para radicalizar su actuar como lo
hizo, fue claramente también porque aquellas “salidas de libreto” se condecian plenamente con la
realidad que el pueblo chileno vivía, y vive, hace años. Con índices de desigualdad vergonzosos,
ingresos mínimos que no alcanzan, alzas permanentes del costo de la vida, mientras el gran capital
goza siempre de prosperidad, las AFP, las Isapres, la banca, ven utilidades millonarias, de cifras que
somos incapaces siquiera de imaginar, todos los años, en todo contexto. Las empresas se coluden,
la política se financia de manera corrupta, mientras las grandes mayorías se siguen endeudando por
educación, salud y techo, si es que acaso logran acceder plenamente a alguna de las tres cosas.

La radicalidad que contuvieron las movilizaciones de 2019 son el incansable ejemplo histórico de
que, ante la inhumanidad del capital, los pueblos no aguantan eternamente, no serán nunca el saco
de boxeo de quienes viven en función de aumentar su acumulación, los pueblos, de maneras más o
menos organizadas, también responden a la agresión. Como marxistas, reconocemos a la clase
trabajadora el derecho a esa respuesta popular, que es el derecho a la violencia revolucionaria,
aquella que se emplea como reafirmación del derecho de los pueblos a su prosperidad, ante la
negación de la humanidad que ejerce el capital y sus instituciones.


Han pasado ya seis años desde aquel intento de respuesta popular a la degradación neoliberal en
Chile. Y pareciera que nos olvidamos de cuál fue entonces la respuesta del “Estado de Derecho”. EL MISMO DÍA, 18 de octubre, la decisión de quienes gobernaban fue la de restablecer el orden a
sangre y fuego, enviando a las Fuerzas Armadas a “controlar el orden público”, a imponer la paz de
los fusiles. La tarea fue complementada por la fuerza policial, infiltrados intramarchas, secuestros de
dirigencias sociales, incendios provocados, carros lanza agua con químicos cáusticos, un saldo de
centenares de mutilados oculares por disparos de la policía y cerca de 30 muertos en contexto de la
protesta ¿o nos olvidamos?


Pareciera que, sobre todo la izquierda, se olvidó de todo esto. Centrada en una autocrítica flagelante
respecto de la derrota del consiguiente proceso constituyente, se fue olvidando que probablemente lo
más importante de octubre fue la apertura de aquella ventana de oportunidad que significan
momentos históricos de politización e incorporación popular, en el desarrollo de la lucha de clases.

En donde la movilización y organización de las masas se volvía a instalar en las conciencias como
herramienta útil y legítima para la consecución de objetivos políticos. Fue durante esos meses de
2019 que la ciudadanía incipientemente volvía a ver a la organización social, a los cabildos
territoriales, las asambleas de estudiantes, las coordinadoras de luchas, como herramientas en las
que involucrarse. Volvió a caer en cuenta de que era posible y legítimo defenderse de la represión
estatal, con piquetes jurídicos, brigadas de rescatistas y primeras líneas callejeras. Es a esa
posibilidad a la que la izquierda renuncia cuando decide hablar, en tono moralina, de “octubrismo”.

A seis años de la revuelta popular, debemos plantearnos ¿hasta cuándo vamos a leer la historia a
través de ojos que no son los nuestros?. No ceder ante la presión del orden, que ha buscado hasta la
saciedad condenar a octubre de 2019 como acto irracional, guardarlo en la cajonera de la
irrelevancia. Debemos volver a mirar la revuelta, con el sentido de recuperar toda experiencia útil,
para seguir construyendo un proyecto de futuro distinto, al que no podemos renunciar.

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