“No se metía con nadie”, dicen los vecinos. En el idioma de la atomización eso suena a virtud; en el mundo real es el prólogo de la muerte en soledad. Zygmunt Bauman llamó a esto modernidad líquida: vínculos frágiles, comunidades disueltas, vecindarios sin vecindad. Byung-Chul Han hablaría de la sociedad del cansancio donde cada cual se administra como microempresa de sí mismo, hasta que no puede. Y Silvia Federici lo resume más simple: la economía se mantiene descargando el costo de los cuidados sobre hogares y mujeres; cuando los vínculos fallan y los cuidados no existen, la vida se deshace sin testigos.
Por Equipo El Despertar
En Valencia, España, bomberos y policía entraron por una fuga de agua y hallaron el cuerpo de un hombre que llevaba 15 años muerto en su departamento. Nadie lo echó de menos. Sus vecinos pensaron que estaba en una residencia. Sus gastos se siguieron pagando por domiciliación. La pensión siguió entrando. El desagüe se atascó, la terraza se inundó, el agua negra delató al muerto. Fin de la historia, principio del síntoma.
La postal es precisa: la vida biológica se extinguió; la vida financiera siguió. El banco, la compañía de suministros y la administración no notaron la diferencia: el flujo es el sujeto, no la persona. Marx lo dijo con brutal economía: bajo el capital, “la vida del individuo es un medio de vida” y “la objetivación se convierte en pérdida del objeto” (Manuscritos económico-filosóficos). Aquí, el individuo fue objetado por completo: quedó reducido a una cuenta al día y un esqueleto en silencio. Nadie preguntó por él; la única relación social que persistió fue el cargo automático.
“No se metía con nadie”, dicen los vecinos. En el idioma de la atomización eso suena a virtud; en el mundo real es el prólogo de la muerte en soledad. Zygmunt Bauman llamó a esto modernidad líquida: vínculos frágiles, comunidades disueltas, vecindarios sin vecindad. Byung-Chul Han hablaría de la sociedad del cansancio donde cada cual se administra como microempresa de sí mismo, hasta que no puede. Y Silvia Federici lo resume más simple: la economía se mantiene descargando el costo de los cuidados sobre hogares y mujeres; cuando los vínculos fallan y los cuidados no existen, la vida se deshace sin testigos.
No es un caso “raro”. Japón le puso nombre: kodokushi, muertes en soledad. La Europa de la austeridad y la externalización de servicios públicos produce su propio inventario de viejos invisibles, personas sin red y barrios sin Estado. Engels ya lo veía en el siglo XIX: el capitalismo urbano crea “la desolación moral” que acompaña a la desposesión material (La situación de la clase obrera en Inglaterra). Hoy, la desolación la custodian domiciliaciones bancarias y portales digitales que certifican “actividad” sin ver a nadie.
La administración debatirá si hubo que bloquear la pensión, cruzar datos o exigir fe de vida más estricta. Es pertinente, pero insuficiente. El escándalo no es contable; es político: una ciudad con servicios recortados, trabajo social precarizado y redes comunitarias delgadas deja que la muerte se integre al sistema siempre que no interrumpa el flujo. “La libertad en la sociedad capitalista, recordaba Lenin, es libertad para los propietarios”; aquí la única libertad garantizada fue la de la banca para cobrar.
¿Y qué hacer? Estado y comunidad, a la vez. Visitas domiciliarias obligatorias para mayores solos, con plantillas estables, no tercerizadas al mínimo; protocolos de alerta con empresas de agua/luz bajo reglas públicas de privacidad (no vigilancia, alerta por anomalías); circuitos barriales de cuidado con corresponsabilidad: repartidores, carteros, conserjes y centros vecinales formados para tocar la puerta y derivar; presupuestos para trabajo social de proximidad y salud mental; cooperativas de cuidados y rentas de cuidado que reconozcan trabajo hoy invisibilizado. Nancy Fraser lo llama salir de la crisis de cuidados: financiar la reproducción de la vida como infraestructura, no como caridad.
La tecnología puede ayudar, sensores de fugas, avisos de impago, pero no reemplaza la mirada humana. Lo primero es tiempo y personas que llamen por su nombre al vecino. “El hombre es, en el sentido más literal, un ser social” (Marx, Tesis sobre Feuerbach). Si la única sociedad que nos queda es la del cobro automático, entonces no fue solo un hombre quien murió solo: murió un pedazo de ciudad.
Que nadie se engañe con la anécdota grotesca de las palomas anidando. Lo grotesco es lo normal: que un esqueleto pague a tiempo durante 15 años y nadie pregunte por él. El KPI perfecto de la barbarie elegante. Rosa Luxemburg lo dejó sin anestesia: “socialismo o barbarie”. En Valencia, esta vez, la barbarie llegó con recibos al día y un desagüe que hizo lo que la sociedad no quiso hacer: avisar.
