La contradicción salta a la vista. Los mismos que piden “gasto más chico” enumeran después largas listas de ítems a aumentar. Si el problema fueran las cifras, pedirían auditorías, devengos abiertos, metas trimestrales y trazabilidad; en cambio, optan por la guillotina. Kalecki lo anticipó hace 80 años: el gran capital usa la “confianza” y el déficit como instrumento de disciplina; ante gobiernos que intentan sostener pisos sociales, llega la huelga del capital y el chantaje fiscal.
Por Editor El Despertar
La comisión mixta rechazó 28 partidas del Presupuesto 2026—cerca del 90% del gasto—en un hecho sin precedentes que deja al país pendiendo de un acuerdo post 17 de noviembre. La oposición salió en bloque a deslegitimar al ministro de Hacienda, Nicolás Grau: “inexperiencia”, “no le creemos los números”, “el país no aguanta más sorpresas”, dijeron Javier Macaya (UDI), Frank Sauerbaum (RN), Miguel Mellado (RN) y Francisco Undurraga (Evópoli). Agustín Romero (Republicanos) se atribuyó la única “propuesta” concreta: un recorte de US$ 2.000 millones en nombre de la “responsabilidad fiscal”.
El choque no es técnico: es político. La oposición exige reponer la “glosa republicana”—un fondo de libre disposición para el gobierno entrante—y acusa “caja negra” en ingresos. Pero, al mismo tiempo, rechaza todo sin presentar un marco alternativo y costeado que diga dónde recorta y dónde invierte. Marx lo describía con frialdad: el presupuesto es la contabilidad anual de la dominación de clase. El mensaje de la derecha es transparente: si no gobierna, gobierna igual por la vía del erario.
La contradicción salta a la vista. Los mismos que piden “gasto más chico” enumeran después largas listas de ítems a aumentar. Si el problema fueran las cifras, pedirían auditorías, devengos abiertos, metas trimestrales y trazabilidad; en cambio, optan por la guillotina. Kalecki lo anticipó hace 80 años: el gran capital usa la “confianza” y el déficit como instrumento de disciplina; ante gobiernos que intentan sostener pisos sociales, llega la huelga del capital y el chantaje fiscal.
Que el ministro tenga que mejorar transparencia y gestión no exime a la oposición de su responsabilidad. Un recorte plano de US$ 2.000 millones—sin priorización—no es “señal”; es tijera sobre salud, educación, cuidados e inversión pública. Decir que el déficit estructural no llegará a 1,1% y la deuda superará 45% del PIB sin mostrar dónde fallan los supuestos es retórica de campaña, no programa fiscal. Gramsci lo llamaría guerra de posiciones: bloquear el presupuesto para someter el gobierno al marco del adversario.
La “glosa republicana” es el nudo simbólico: la derecha exige margen discrecional para el próximo Ejecutivo mientras denuncia discrecionalidad del actual. Si de reglas se trata, que haya misma vara: ni fondos “libres” fuera de control ni vaciamiento preventivo del gasto. Lo razonable es acordar un piso social blindado (salud, educación, seguridad con enfoque civil, cuidados), inversión contracíclica que mueva empleo, una regla fiscal creíble y seguimiento público de ejecución.
La alternativa al todo o nada existe: 1) devengos y caja abiertos por programa y servicio; 2) metas trimestrales con correcciones en mixta; 3) reasignaciones con impacto social medible; 4) auditoría independiente de proyecciones de ingresos; 5) compromiso explícito de no usar el presupuesto como arma de campaña. A partir de ahí, discútase el tamaño del Estado, pero con costos sociales a la vista y no con un cheque en blanco a la austeridad.
Porque el presupuesto no es una bala de propaganda. Es el alimento de lo público en un país con inflación alta en la memoria reciente, endeudamiento de hogares y servicios tensionados. Convertirlo en barricada puede ordenar a una coalición por una semana; deja heridas que se pagan durante años. Marx y Engels lo escribieron sin perfume: “El Estado moderno no es sino el comité que administra los negocios comunes de la burguesía.” Si ese comité decide que el Presupuesto es una trampa, pierde la mayoría—no el ministro.
En síntesis: la derecha mimetizada con Republicanos eligió el bloqueo total; el Gobierno debe responder con datos, prioridades y acuerdos. Si cada cual mantiene su trinchera, el único resultado seguro es que el erario—y con él, la vida cotidiana—quedará rehén de la campaña. Y a ese precio, como ya sabemos, “gana” siempre el que menos necesita del Estado.
