Que las pretensiones femeninas hayan caído mientras las masculinas suben debería encender todas las alarmas. Cuando el cuidado no remunerado y la intermitencia penalizan a las mujeres en la conversación salarial, el resultado es una brecha que se consolida antes de que exista contrato. La solución no pasa por pedirles que pidan más a ciegas, sino por hacer que pedir más sea razonable: servicios de cuidado públicos, trayectorias laborales que no castiguen la maternidad y reglas que transparenten rangos y eliminen la posibilidad de pagar menos por el mismo trabajo.
Por Equipo El Despertar
El termómetro del trabajo en Chile vuelve a mostrar una grieta que no se cierra: lo que la mayoría gana y lo que necesita ganar para vivir. Según el INE, en 2024 el ingreso promedio neto fue de $897.019 y la mediana llegó a $611.162, es decir, la mitad de quienes trabajan obtuvo $611 mil o menos. Frente a ese piso, el último Index del Mercado Laboral de Laborum registra que la renta pretendida en octubre alcanzó los $1.129.992. No es un capricho: es la traducción en números de un costo de vida que corre más rápido que los salarios y de un poder de negociación fragmentado. Si se hace el ejercicio mensual, con los salarios que reciben mas de la mitas de los chilenos y chilenas que trabajan solo llegan hasta el día 15 del més y el resto, se resuelva con deuda.
Las pretensiones subieron 0,4% en el mes y encadenan dos avances consecutivos. Pero ese movimiento vino con una señal preocupante: la brecha entre lo que piden hombres y mujeres volvió a abrirse. Mientras ellos aumentaron su expectativa en 2%, ellas la redujeron en 2%. El resultado es una diferencia de 11,2% a favor de los hombres: $1.183.700 versus $1.064.112, alrededor de $120 mil de distancia. No hay forma neutra de leer eso: en un mercado que sigue premiando perfiles masculinizados y penalizando trayectorias atravesadas por cuidados y trabajos invisibles, la autolimitación de las pretensiones femeninas es un síntoma de jerarquías que se reproducen.
Por edad también hay señales. Entre los menores de 30 años, la renta solicitada promedió $938.424 y subió 2% respecto de septiembre; en el tramo de 30 a 45 años retrocedió levemente a $1.220.328; y entre quienes tienen 45 o más alcanzó $1.430.851, con un alza de 1,2%. La foto habla de jóvenes que entran pidiendo más en un mercado que ofrece poco, de adultos que ajustan a la baja para no quedar fuera y de mayores que, si pueden, apuntan alto para compensar carreras comprimidas. También muestra una participación desigual: ellas predominan en las postulaciones bajo los 30, pero pierden presencia a medida que avanza la edad.
El mapa sectorial confirma que no todas las horas valen lo mismo, aunque el esfuerzo sea similar. Entre los menores de 30, quienes postulan a Ingeniería en Alimentos piden en promedio $1.575.000, mientras que en Gastronomía la pretensión cae a $500.000. En el segmento de 30 a 45, E-Commerce encabeza con $2.500.000 y Caja queda al fondo con $550.000. Y sobre los 45, Arquitectura lidera con $3.000.000, mientras Multimedia apenas llega a $575.000. No es solo “el mercado”; es una jerarquía de sectores que asigna precio a las tareas según su posición en las cadenas de valor y no según su utilidad social.
La comparación entre la mediana de $611 mil y la pretensión de $1,13 millón revela algo más que expectativas: muestra que la mitad de los ocupados vive a una distancia estructural del umbral que ellos mismos consideran necesario. Ese descalce no se corrige con consejos individuales para “negociar mejor”, sino con condiciones que permitan negociar de verdad: convenios por rama, salarios piso en sectores feminizados, reducción de jornadas que haga espacio al cuidado sin pérdida de ingresos y políticas que empujen hacia arriba los sueldos más bajos.
Que las pretensiones femeninas hayan caído mientras las masculinas suben debería encender todas las alarmas. Cuando el cuidado no remunerado y la intermitencia penalizan a las mujeres en la conversación salarial, el resultado es una brecha que se consolida antes de que exista contrato. La solución no pasa por pedirles que pidan más a ciegas, sino por hacer que pedir más sea razonable: servicios de cuidado públicos, trayectorias laborales que no castiguen la maternidad y reglas que transparenten rangos y eliminen la posibilidad de pagar menos por el mismo trabajo.
En este tablero, el dato de que los jóvenes pidan un poco más puede leerse como resistencia y como fragilidad: resisten la idea de que “hay que aceptar lo que haya”, pero chocan con ofertas que se mueven al ritmo de la productividad de otros, no de sus necesidades. Si algo enseña este cruce de cifras es que la conversación sobre salarios no puede quedar encapsulada en portales y entrevistas: tiene que hacerse cargo de la vida material. Mientras la mitad del país sobreviva con $611 mil o menos y la otra mitad aspire a poco más de un millón para llegar a fin de mes, no hay “equilibrio de mercado” que valga. Hay una sociedad que asigna precios a sus trabajos y la mayoría siente —con razón— que ese precio no alcanza.
