El estudio subraya algo decisivo: el tiempo. Las primeras etapas exigen horas que no se pagan, pero sostienen toda la estructura social. Silvia Federici lo dijo sin anestesia: el sistema vive de trabajo reproductivo no remunerado; cuando se “mercantiliza”, el costo se traspasa a las familias vía tarifas. Eso que llaman “libertad de elegir” entre cuidado en casa o cuidado pagado es, en realidad, libertad de endeudarse o de agotarse.
Por Equipo El Despertar
El dato es brutal: criar a un menor en Chile cuesta casi $600 mil mensuales en promedio, según el estudio del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género junto a Unicef. Las primeras etapas devoran tiempo; la adolescencia multiplica gastos en bienes y servicios. No es una curiosidad estadística: es la radiografía de una economía que hace de la reproducción de la vida un costo privado y, cuando cuadra, un buen negocio.
Traduzcamos a lenguaje de bolsillo: $600 mil es más que un salario mínimo. Una madre sola, que en Chile, además, gana menos por la brecha de género, tiene que financiar la crianza a punta de doble jornada (asalariada + doméstica) y deuda. Después preguntan por qué cae la natalidad. Marx ya había dado con la ecuación: “la acumulación de riqueza en un polo es, al mismo tiempo, acumulación de miseria en el polo opuesto” (El Capital, t. I, Ed. Progreso, 1980). Arriba, márgenes del retail, las isapres, los laboratorios, las salas cuna privadas; abajo, la canasta de crianza pagando peaje en cada caja.
El estudio subraya algo decisivo: el tiempo. Las primeras etapas exigen horas que no se pagan, pero sostienen toda la estructura social. Silvia Federici lo dijo sin anestesia: el sistema vive de trabajo reproductivo no remunerado; cuando se “mercantiliza”, el costo se traspasa a las familias vía tarifas. Eso que llaman “libertad de elegir” entre cuidado en casa o cuidado pagado es, en realidad, libertad de endeudarse o de agotarse.
El Estado y el mercado se reparten la escena: el primero presupuesta al límite y promete “focalización”; el segundo mercantiliza lo que pueda: pisos, pañales, vacunas complementarias, colaciones, transporte, conectividad, salud mental. Mientras la tecnocracia sermonea sobre “responsabilidad fiscal”, y hasta culpa a los salarios o a las 40 horas de la desaceleración, la canasta de crianza actúa como impuesto encubierto sobre la clase trabajadora. Una economía que no financia su reproducción es una economía que se devora a sí misma.
La adolescencia, nos recuerdan, concentra gastos: transporte, tecnología, alimentación, ocio, salud mental. ¿Que debiera discutir la Política? Gratuidad real en transporte escolar, salud mental universal, acceso a cultura y deporte sin pago, becas que cubran algo más que matrículas simbólicas. Y a los más chicos: sala cuna y jardín infantiles públicos y gratuitos con estándares y dotaciones dignas; licencias parentales corresponsables y de mayor duración; jornada escolar extendida con cuidado y no solo con “contención”. Diane Elson lo resumió: los presupuestos no son neutrales al género; si no meten plata donde está el cuidado, perpetúan la desigualdad.
¿De dónde debiera salir el dinero? De donde siempre se niega a salir: impuestos a la riqueza, cierre de exenciones regresivas, royalty efectivos, combate a la elusión y a la evasión grande. Un Ingreso Infantil Garantizado que cubra una fracción robusta de esa canasta, indexado, universal y no condicionante, más un Sistema Nacional de Cuidados con financiamiento estable. Mariátegui lo dejó claro para estas latitudes: “Los problemas no son técnicos ni administrativos; son políticos.” La crianza también.
Que nadie convierta este informe en campaña de “tips parentales”. Es un estado de resultados de la expropiación cotidiana: si criar cuesta $600 mil y el salario mediano no llega, la “libertad de elegir” se llama renuncia. Nancy Fraser habla de crisis de cuidados: cuando las demandas de acumulación chocan con los límites del tiempo y los cuerpos, algo se rompe. Hoy se rompen las familias populares —y, de paso, el futuro demográfico— mientras se preservan los balances de siempre.
Conclusión incómoda: o tratamos la crianza como infraestructura blanda (derecho financiado y tiempo social garantizado), como la estructura subyacente que permite que una sociedad o sistema funcione de manera eficiente, o seguiremos administrando barbarie con faja de precios. La canasta de crianza no es un adhesivo en la nevera: es una alarma. Y las alarmas no se aplauden, ni se comentan, se atienden.
