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El embargo que mata: China dice lo obvio, ¿qué hará América Latina?

Oct 31, 2025

Desde un prisma marxista, el bloqueo es manual de imperialismo. Lenin definió esa etapa como la fusión del capital financiero con el Estado: no solo exportación de capital, sino coerción para abrir mercados. El Helms-Burton no es una ley “nacional” cualquiera; es un instrumento de jurisdicción extraterritorial que intenta someter a terceros países y bancos, de Europa a América Latina, bajo amenaza de sanción. Es la “libertad” de comercio como coartada, la voluntad de la clase dominante erigida en ley, que advertían Marx y Engels.

Por Equipo El Despertar

La Asamblea General de la ONU aprobó, 165 a favor, 7 en contra, 12 abstenciones, una nueva resolución que exige el fin del bloqueo de EE.UU. a Cuba. China, por boca de su portavoz Guo Jiakun, pidió levantarlo “de inmediato”, señaló el “profundo sufrimiento” causado por “un bloqueo brutal de más de 60 años” y recordó que desde 1992 apoya, año tras año, el fin de unas medidas unilaterales que “demuestran, una vez más, que el unilateralismo y la intimidación son injustos e impopulares”.

La noticia es el reconocimiento, por una potencia que hoy marca el compás del comercio mundial, de una verdad que América Latina conoce en carne propia desde hace décadas: las sanciones económicas son armas de guerra. No son “herramientas de presión”, son proyectos políticos de estrangulamiento; y, en el caso cubano, un cerco integral diseñado para quebrar una sociedad que se atrevió a salir del perímetro de la Doctrina Monroe. Frantz Fanon lo habría llamado por su nombre: la violencia estructural del colonialismo que se expresa en el hambre, la enfermedad, la carencia.

Desde un prisma marxista, el bloqueo es manual de imperialismo. Lenin definió esa etapa como la fusión del capital financiero con el Estado: no solo exportación de capital, sino coerción para abrir mercados. El Helms-Burton no es una ley “nacional” cualquiera; es un instrumento de jurisdicción extraterritorial que intenta someter a terceros países y bancos, de Europa a América Latina, bajo amenaza de sanción. Es la “libertad” de comercio como coartada, la voluntad de la clase dominante erigida en ley, que advertían Marx y Engels.

La aritmética del daño está documentada por Naciones Unidas y por los propios informes de La Habana: pérdidas acumuladas por cientos de miles de millones de dólares, restricciones a la importación de medicinas, alimentos, insumos médicos; costos de transacción usurarios por el miedo de bancos y aseguradoras a la represión financiera de Washington. Si en Gaza un asedio corta el flujo de agua y sueros, en Cuba el bloqueo lo dificulta, encarece y penaliza, con efectos medibles sobre mortalidad evitable, migración, desaliento. Que médicos de la isla hayan salvado vidas en África y Europa mientras su propio país pelea por aspirinas es la metáfora perfecta de la inmoralidad del sistema.

¿Y la “comunidad internacional”? Desde 1992, la AGNU repite el mismo voto, casi unánime, y EE.UU. repite la misma sordera. Samir Amin lo llamaba imperialismo colectivo: una arquitectura que combina voto simbólico y parálisis operativa. Cuando a China le cabe hoy reconocer la evidencia, y vender fertilizantes y petróleo en yuanes a La Habana, a Europa le corresponde dejar la hipocresía: aplicar con dientes su “estatuto de bloqueo”, blindar a sus bancos y aseguradoras para operar con Cuba y ampliar los corredores de comercio que eviten el garrote extraterritorial. La resolución de la ONU no es autoejecutable; necesita músculo político.

El llamado de Pekín es, además, una invitación a la integración latinoamericana que Gustavo Petro acaba de reclamar, en vano, ante Washington: proyectos concretos que rompan el cerco. ¿Qué impide a la CELAC, que ya ha votado en bloque contra el embargo, montar fondos regionales de crédito para abastecimiento de insumos médicos en la isla? ¿Qué detiene a los bancos de desarrollo regionales de estructurar facilidades de pago y a nuestras aduanas de priorizar bienes esenciales? La soberanía no se declama; se ejerce.

Por supuesto, el reconocimiento de la agresión no exonera a La Habana de sus propias reformas pendientes ni sustituye el debate sobre derechos y libertades en la isla. Pero la secuencia es clara: sin levantamiento del cerco, hablar de “transiciones” es pedir milagros a un país que lidia con el peso de la asfixia. Y en todo caso, la vara debe ser universal: quien financia asedios, promueve golpes blandos y criminaliza a quien disiente del libreto no tiene autoridad para repartir certificados de paz ni democracia. El Nobel de este año lo dejó dolorosamente claro.

En Chile, la historia de las “casas fiscales” a precios irrisorios para sueldos dorados y la doble indexación en las cuentas de la luz enseñan otra cara del mismo fenómeno: un Estado que subsidia arriba y traslada la cuenta abajo mientras sermonea sobre “responsabilidad”. Apoyar el fin del bloqueo no es un gesto “ideológico”; es coherencia mínima con la idea de que las sanciones colectivas son inadmisibles y que la economía mundial no puede seguir regida por la ley de la selva financiera.

China ha dicho lo que Santiago también ha votado año tras año en la ONU. Toca ir más allá de la palabra: abrir canales bancarios, estimular el comercio humanitario, apoyar el reclamo contra las medidas coercitivas unilaterales en las instancias multilaterales donde sí se juega algo, y comprometer la voz del país para que no haya zonas de paz solo de nombre mientras portaaviones patrullan el Caribe. Rosa Luxemburg lo escribió con un filo que no se gasta: reforma o barbarie. Levantar el bloqueo a Cuba es el piso de cualquier reforma con sentido; sostenerlo, o tolerarlo, es apostar por la barbarie con papel membretado.

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