El entusiasmo bursátil, sin embargo, no paga el costo social. Con baja ley como la reportada, la rentabilidad exige volúmenes colosales, energía barata, agua disponible y una logística afinada; en castellano: más roca movida, más relaves, más huella hídrica. Si la renta aurífera no se captura de forma pública y se destina a industrialización, ciencia, cuidados y transición energética, el “tesoro nacional” se convierte en un gran negocio privado con pasivos ambientales para las comunidades. Engels ya advirtió que la prosperidad capitalista suele pararse sobre “mortalidad social” en los territorios de trabajo; cambiar Manchester por los cinturones mineros no altera la advertencia.
Por Equipo El Despertar
China anunció el mayor yacimiento aurífero individual desde 1949: 1.444 toneladas de reservas estimadas, contenidas en 2.586 millones de toneladas de mineral con una ley media de 0,56 g/t. Prospección relámpago —15 meses con cerca de mil técnicos—, evaluación preliminar favorable y ubicación en el oriente de Liaoning. El dato llega en plena fiebre del metal: el oro ha escalado más del 50% en el año, alimentado por la debilidad del dólar, tensiones bélicas y compras agresivas de bancos centrales —sobre todo de economías emergentes— que buscan diversificar reservas. Traducido al poder real: más colchón monetario para el Banco Popular de China, más margen para desdolarizar y un seguro frente a sanciones financieras.
Desde una lectura marxista, el hallazgo no es folklore minero: toca el nervio de la economía mundial. El oro sigue cumpliendo el papel de “dinero mundial” —reserva de valor última y medio de liquidación entre Estados— que Marx describió cuando las mercancías “salen de la órbita doméstica”. En ciclos de crisis y guerra, el capital corre al metal porque condensa trabajo social y credibilidad material más allá de la promesa de un Tesoro en jaque. China añade ahora capacidad de atesoramiento estatal en un momento en que produce en torno a 377 t anuales y consume más de 900 t, con una clase media que compra lingotes como seguro contra la volatilidad.
El entusiasmo bursátil, sin embargo, no paga el costo social. Con baja ley como la reportada, la rentabilidad exige volúmenes colosales, energía barata, agua disponible y una logística afinada; en castellano: más roca movida, más relaves, más huella hídrica. Si la renta aurífera no se captura de forma pública y se destina a industrialización, ciencia, cuidados y transición energética, el “tesoro nacional” se convierte en un gran negocio privado con pasivos ambientales para las comunidades. Engels ya advirtió que la prosperidad capitalista suele pararse sobre “mortalidad social” en los territorios de trabajo; cambiar Manchester por los cinturones mineros no altera la advertencia.
En clave geopolítica, el yacimiento robustece tres vectores: reservas oficiales para estabilizar el yuan en turbulencias; mayor credibilidad de swaps y compensaciones dentro del marco BRICS+ y la Organización de Cooperación de Shanghái —con oro como colateral reputacional—; y consolidación de un hábito doméstico de ahorro en metal que desintermedia al sistema financiero privado. Para Washington y sus socios, más oro chino significa menos palancas sobre Pekín; para el Sur Global, es una pieza que puede alimentar una arquitectura financiera alternativa si se articula con compras públicas conjuntas, banca de desarrollo y estándares ambientales y laborales regionales serios. Si no, será el viejo extractivismo periférico con otro logo.
El Ministerio de Recursos Naturales habla de “perspectivas favorables” y la prensa oficial subraya el “récord histórico”. Bien. Lo sustantivo es quién controla la propiedad y la renta. El oro puede blindar salario social y acelerar una transición energética pública, o alimentar el fetiche que Marx despejó hace siglo y medio: una riqueza que brilla mientras abajo se abarata el trabajo y se externaliza el daño. “Entre derechos iguales decide la fuerza”, escribió en El Capital; aquí la fuerza se llama leyes duras, propiedad pública, presupuesto con destino social y control popular del ciclo minero de punta a cabo.
La última línea no la escribe el lingote, sino la política. Si el hallazgo de Liaoning se convierte en renta de soberanía —para hospitales, escuelas, investigación y energías limpias—, estará naciendo un tesoro del pueblo. Si no, será otra mina de los de siempre, con foto épica y factura eterna.
