Mientras se nos repite que “no hay plata” para salud, pensiones o transporte digno, el Estado y el empresariado chileno se endeudan en dólares para garantizar el buen humor de los mercados. Se endeudan no para construir hospitales ni trenes, sino para refinanciar viejas deudas, subsidiar megaproyectos privados y, sobre todo, garantizar el pago puntual a los acreedores externos. Como explicó Marx en El Capital, la deuda pública se convierte en una herramienta esencial del capitalismo moderno, porque transforma al Estado en “un instrumento al servicio del capital usurario”.
Por Equipo El Depertar
En medio de la crisis social que golpea a millones de trabajadores, el Banco Central informó que la deuda externa de Chile alcanzó los 230 mil millones de dólares en el segundo trimestre de 2025, cifra equivalente al 75,7% del Producto Interno Bruto (PIB). Es decir, por cada peso que produce el país, casi otro se debe. Lo escandaloso no es solo el monto, sino la normalidad con que se presenta esta dependencia estructural frente al capital financiero internacional.
Del total, el 67% de la deuda corresponde al sector privado, principalmente bancos y grandes empresas que se financian en el exterior para aumentar su rentabilidad. El otro 33% es deuda pública, emitida por el Estado chileno para sostener un modelo económico que no produce desarrollo, sino subordinación. En ambos casos, los intereses y las consecuencias los paga el pueblo, a través de impuestos al consumo, recortes sociales y precarización de los servicios públicos.
Mientras se nos repite que “no hay plata” para salud, pensiones o transporte digno, el Estado y el empresariado chileno se endeudan en dólares para garantizar el buen humor de los mercados. Se endeudan no para construir hospitales ni trenes, sino para refinanciar viejas deudas, subsidiar megaproyectos privados y, sobre todo, garantizar el pago puntual a los acreedores externos. Como explicó Marx en El Capital, la deuda pública se convierte en una herramienta esencial del capitalismo moderno, porque transforma al Estado en “un instrumento al servicio del capital usurario”.
Los economistas del modelo lo presentan como algo “normal” y hasta deseable. Celebran que la deuda esté “bien gestionada” y “controlada”. Pero no mencionan que esta supuesta normalidad implica la transferencia sistemática de riqueza desde la clase trabajadora hacia los bolsillos del capital financiero, que no produce nada, pero lo cobra todo. Es la versión moderna del viejo tributo feudal: trabajar para otros, sin derecho a cuestionarlo.
Por eso, más allá de tecnicismos, lo que está en juego es el tipo de país que se construye. Un país hipotecado al capital extranjero no puede hablar de soberanía. Y un pueblo obligado a financiar esa hipoteca no puede hablar de justicia. Frente a esta realidad, la salida no es administrar la deuda, sino cuestionarla, auditarla y, si es necesario, repudiarla. Porque como enseñó Lenin: “El imperialismo no es otra cosa que la dominación del capital financiero”. Y frente a esa dominación, la única respuesta posible es la organización revolucionaria de la clase trabajadora y el levantamiento de un proyecto de izquierda, nacional y popular que ponga al centro de las preocupaciones nacionales a los pueblos de Chile y no al capital.