El Pleno del CC, reafirmó la estrategia de “progreso sostenido con estabilidad” y puso el acento donde duelen las transiciones: el sector real. “La industria es la base”; la “circulación dual”, reforzar el mercado interno supergrande sin clausurar el comercio exterior, sigue siendo el eje. La hoja de ruta es inequívoca: infraestructura y logística modernas, salto cualitativo en manufactura avanzada, espacio, transporte y redes, y un sistema productivo asentado en tecnología propia. Es la versión china de lo que Samir Amin pedía como “desvinculación selectiva”: construir capacidad endógena para negociar con el mundo en mejores términos, no para replicar el patrón primario-exportador.
Por Equipo El Despertar
China celebró entre el 20 y el 23 de octubre la IV Sesión Plenaria del XX Comité Central del PCCh y, a diferencia de los viejos rituales vaciados de la perestroika soviética, allí se decide y se ejecuta. El comunicado final, que sintetiza la evaluación del XIV Plan Quinquenal y marca la dirección del XV Plan (2026-2030), abre con una afirmación que en estos parajes provoca urticaria entre quienes sueñan con “despegarse de la teoría”: defender el liderazgo integral del Partido y poner al pueblo en el centro, guiados por el marxismo-leninismo, el pensamiento de Mao Zedong, la teoría de Deng Xiaoping, la “triple representatividad”, la concepción científica del desarrollo y el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas. Para el PCCh, no hay modernización sin dirección política y sin autogobierno del Partido: supervisión de los órganos del Estado, disciplina y autocontrol como premisa de “buena gobernanza”. Lenin lo llamaba “poder soviético más electrificación”; Pekín lo formula en clave siglo XXI: partido, planificación y digitalización.
El Pleno reafirmó la estrategia de “progreso sostenido con estabilidad” y puso el acento donde duelen las transiciones: el sector real. “La industria es la base”; la “circulación dual”, reforzar el mercado interno supergrande sin clausurar el comercio exterior, sigue siendo el eje. La hoja de ruta es inequívoca: infraestructura y logística modernas, salto cualitativo en manufactura avanzada, espacio, transporte y redes, y un sistema productivo asentado en tecnología propia. Es la versión china de lo que Samir Amin pedía como “desvinculación selectiva”: construir capacidad endógena para negociar con el mundo en mejores términos, no para replicar el patrón primario-exportador.
En paralelo, se despliega la tríada de programas que mezcla acumulación y reproducción social: “China Hermosa” (reurbanización de barrios y aldeas, obras ambientales, derecho a la ciudad), “China Saludable” (igualdad de acceso a servicios públicos y política demográfica), y “China Digital” (soberanía tecnológica, inversión pública y reglas para la economía de plataformas). Todo bajo una consigna repetida: “la persona como base”. Marx ya advirtió que “el desarrollo de la riqueza material debe traducirse en el desarrollo de las capacidades humanas” (Manuscritos económico-filosóficos); el reto chino es que esta promesa no sea solo retórica en un país donde la mercantilización avanza a la par de la estatalidad.
El documento también asume que cultura e ideología son terreno de lucha. Se habla de “posiciones rectoras del marxismo”, de activar el vigor creativo nacional y de construir un “país culturalmente fuerte” capaz de disputar sentido en la era de las plataformas. No es un detalle decorativo: en tiempos en que el “sentido común” neoliberal vuelve bajo disfraces tecnocráticos (el catecismo de la “competitividad”, la “flexibilidad”, la “gobernanza”), Gramsci hubiera reconocido el esfuerzo por reconstruir hegemonía: ordenar la producción y, a la vez, aglutinar voluntades en torno a un proyecto civilizatorio propio.
La “tranquilidad” que proclama el programa “China Segura/Tranquila” no es paz tombuctuense, sino capacidad estatal para sostener la transición frente a presiones externas e internas. El Pleno informó la expulsión de altos mandos militares por “violaciones graves de disciplina y ley”, continuidad de la campaña anticorrupción que acompaña cualquier proceso de acumulación acelerada. ¿Centralización de poder personal o saneamiento de la cadena de mando? Quien quiera ver solo “cesarismo” perderá de vista la otra cara: la pugna por mantener control civil y probidad en un aparato tentado por la “acumulación originaria” de estilo empresarial.
En política exterior, dos frases marcan el compás: “promover el desarrollo pacífico de las relaciones a ambos lados del Estrecho y la gran causa de la reunificación” y “ampliar la apertura de alto nivel, defender el multilateralismo comercial y compartir oportunidades”. El realismo es evidente: Estados Unidos y la UE siguen siendo mercados y tecnologías críticas, incluso cuando tratan a China como “rival sistémico”. Pero la apertura que reivindica Pekín es condicionada por su proyecto, no una puerta giratoria. La Iniciativa de la Franja y la Ruta y la apuesta por instituciones financieras propias (BRI/CDB/AIIB) son la otra pata de esa apertura. Giovanni Arrighi habló de “capitalismo con características chinas” y sugirió que, a diferencia del Oeste, allí la finanza no manda sobre la producción, sino que la sigue.
El horizonte anunciado es concreto: PIB per cápita en torno al promedio de países desarrollados, bases materiales para la modernización socialista en 2035, y un XV Plan (2026-2030) decisivo. Para quienes desde el Sur global miden cada mes el precio de la canasta y el dólar, la moraleja es menos exótica de lo que parece: planificación, política industrial, disciplina fiscal al servicio del desarrollo y no al revés, y un Estado que no se arrienda a sí mismo. Mientras aquí se normaliza el doble IPC en la cuenta de la luz, se subsidian con casas fiscales a sueldos dorados y se aplaude la “fuga” como patriotismo del inversor, allá se exige que la base industrial crezca, se ordena el capital y se expulsa a generales cooptados.
Quedan, por supuesto, contradicciones: la tensión entre mercado y dirección política, las desigualdades territoriales, los riesgos de estatismo sin socialización, los límites ecológicos que no respetan fronteras. Pero el Pleno no se hizo trampas: si el mundo se cierra, habrá que ensanchar el mercado doméstico; si la presión militar sube, habrá que modernizar el aparato sin convertirlo en partido de la guerra; si la corrupción asoma, habrá que cortar. En suma: “marchar hacia adelante manteniendo la estabilidad” no es una frase bonita: es la brújula para gestionar una transición sistémica.
Para quienes en América Latina repiten que “no se puede”, el contraste es brutal. No se trata de trasplantar modelos, sino de reapropiarnos de lo que el capital nos arrebató: la capacidad de planificar el futuro. El PCCh insiste en “adherirse firmemente al marxismo-leninismo” y actualizarlo con su práctica. Rosa Luxemburg lo dijo hace más de un siglo: socialismo o barbarie. En un mundo que militariza el Caribe y mercantiliza la vida hasta el esqueleto, que una quinta parte del PIB mundial se organice en torno a planes y no a caprichos de mesa de dinero no es un detalle; es un desafío. El reloj del XV Plan ya corre. Aquí seguimos discutiendo si “permisología” espanta a los espíritus animales del capital.
