En su discurso, el excandidato prometió “recuperar el orden, la seguridad y el progreso”, una trilogía repetida como mantra por toda burguesía en crisis. Lo que omite, claro está, es que dicho “orden” implica más represión contra el pueblo pobre, ese que vive hacinado en campamentos mientras las mineras saquean el norte chileno. Que esa “seguridad” será para los negocios de los capitalistas, no para la mujer trabajadora que teme al acoso en la micro. Y que ese “progreso” no es otra cosa que el incremento de la plusvalía a costa del sudor obrero.
Por Equipo El Despertar
Como un viejo gerente de fundo que regresa al patio para contarle a los peones lo bien que les irá si obedecen sin chistar, José Antonio Kast, rostro reaccionario del gran capital chileno, aterrizó este lunes en la región de Antofagasta para lanzar su precampaña presidencial. El evento, cuidadosamente organizado en el Teatro Municipal, sirvió de plataforma para su nuevo eslogan: “Un Gobierno de Verdad”.
¿Gobierno de verdad? ¿Acaso no fue ya suficiente el circo autoritario que presidió desde las sombras durante la Convención Constitucional con sus espantapájaros de ultraderecha y la fundación del Partido Republicano, obediente a los intereses del empresariado nacional y transnacional?
En su discurso, el excandidato prometió “recuperar el orden, la seguridad y el progreso”, una trilogía repetida como mantra por toda burguesía en crisis. Lo que omite, claro está, es que dicho “orden” implica más represión contra el pueblo pobre, ese que vive hacinado en campamentos mientras las mineras saquean el norte chileno. Que esa “seguridad” será para los negocios de los capitalistas, no para la mujer trabajadora que teme al acoso en la micro. Y que ese “progreso” no es otra cosa que el incremento de la plusvalía a costa del sudor obrero.
Kast fue recibido por militantes republicanos y empresarios locales, quienes ven en su figura la posibilidad de restaurar con mano dura el orden neoliberal cuestionado desde la rebelión popular de octubre de 2019. No hubo mención alguna a la precariedad laboral en la zona, a la explotación minera que contamina territorios indígenas ni al creciente desempleo estructural. ¿Qué puede decir al respecto un burgués que nunca ha trabajado con las manos?
Su presencia en Antofagasta es simbólica: una región que alimenta al país con su cobre y su litio, pero donde la riqueza generada no se queda. Kast, como buen defensor del capital, no vino a hablar de redistribución, ni mucho menos de expropiar a los que se han enriquecido saqueando los recursos naturales, sino a prometer estabilidad a los patrones, y represión al resto.
Mientras la maquinaria electoral se activa, es nuestro deber recordar que la verdadera alternativa no vendrá de los Kast ni de los Kayser, mucho menos de los Mattei, sino de la organización política y económica independiente de la clase trabajadora. Ya lo dijeron Marx y Engels: “La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores”. (Manifiesto del Partido Comunista, 1848)
Si Kast es la respuesta, la pregunta es: ¿cuánta miseria estamos dispuestos a tolerar antes de retomar el camino de la lucha y transformación social?