Sáb. Sep 13th, 2025

Boric y la intervención cultural de EE.UU.: museos bajo sospecha de injerencia

Ago 26, 2025
Foto Emol

Boric, al poner el tema sobre la mesa, intenta subrayar que el problema de la soberanía no se agota en la economía ni en la política formal. Pero su advertencia convive con una contradicción: Chile sigue siendo un país dependiente en términos estructurales, atado a tratados de libre comercio, a la presencia de capital transnacional y a una institucionalidad moldeada desde la dictadura para servir al mercado. Señalar la injerencia cultural es importante, pero insuficiente si no se rompe con los lazos materiales de dependencia.

Por Equipo El Despertar

El presidente Gabriel Boric, en un cambio de su política de subordinación a EEUU en cuanto a la intervención extranjera se refiere, volvió a advertir sobre la intervención extranjera, esta vez en el terreno cultural. Según informaciones recientes, el mandatario apuntó a Estados Unidos como responsable de maniobras de “influencia política encubierta” a través de programas y financiamiento en museos e instituciones culturales en Chile. No se trata de una denuncia menor: coloca el foco en un campo que suele pasar desapercibido, el de la cultura, como escenario de disputa geopolítica.

La idea es clara: el imperialismo no solo actúa mediante la presión económica o militar, sino también mediante la producción simbólica. Invertir en museos, exposiciones o programas de becas no es neutralidad cultural, es diplomacia blanda orientada a instalar valores, imaginarios y narrativas que consolidan la hegemonía estadounidense. Gramsci lo llamaría la batalla por la hegemonía cultural; Marx lo vería como la superestructura ideológica que acompaña y legitima la base material del capitalismo dependiente.

Boric, al poner el tema sobre la mesa, intenta subrayar que el problema de la soberanía no se agota en la economía ni en la política formal. Pero su advertencia convive con una contradicción: Chile sigue siendo un país dependiente en términos estructurales, atado a tratados de libre comercio, a la presencia de capital transnacional y a una institucionalidad moldeada desde la dictadura para servir al mercado. Señalar la injerencia cultural es importante, pero insuficiente si no se rompe con los lazos materiales de dependencia.

Lo que queda en evidencia es que los museos, archivos y espacios de memoria son también campos de batalla. El financiamiento externo no es inocente: busca moldear la narrativa histórica y política. Y en un país donde la dictadura cívico-militar dejó heridas abiertas, la manipulación cultural se vuelve especialmente peligrosa.

En suma, la denuncia de Boric abre una pregunta mayor: ¿puede haber verdadera soberanía cultural en un país cuya economía y política siguen subordinadas al capital global? Mientras esa contradicción persista, la intervención cultural —ya sea a través de museos, universidades o medios— seguirá operando como una forma “blanda” del mismo imperialismo que, en su versión dura, bombardea pueblos y financia golpes de Estado.

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