Lo que está en juego es más profundo que un cálculo electoral. La derecha chilena arrastra una fractura histórica entre el conservadurismo empresarial puro y duro, que en los 80 se fusionó con la dictadura pinochetista, y la derecha “liberal” que desde los 90 intentó, sin mucho éxito, proyectar una imagen democrática. Hoy, la hegemonía se inclina hacia la primera: Kast ofrece mano dura, orden autoritario y continuidad neoliberal sin maquillaje. Es decir, la síntesis perfecta de lo que la burguesía y el capital transnacional busca para administrar la crisis.
Por Equipo El Despertar
El apoyo del exalcalde Germán Codina a José Antonio Kast se convirtió en el décimo desmarque de figuras ligadas a Chile Vamos que, en plena campaña presidencial, optan por el líder republicano en vez de Evelyn Matthei. Exalcaldes como Rodolfo Carter, senadores como Kusanovic, diputados como Mellado, exconvencionales como Fontaine y hasta el eterno operador Carlos Larraín, han “cruzado el río”. Lo que los une no es solo el rechazo a Matthei, sino el convencimiento de que el futuro de la derecha no se juega en el liberalismo domesticado de Chile Vamos, sino en el proyecto reaccionario, disciplinado y ultraconservador de Kast.
Los republicanos insisten en que no existe un plan para “reclutar” figuras de la coalición tradicional. Pero los hechos desmienten esa sobriedad: la fuga es sostenida y se refuerza en medio de la discusión sobre si RN o Evópoli deberían siquiera considerar integrar un eventual gobierno republicano. Rodrigo Galilea ya intentó desmarcarse, Felipe Kast se opuso, pero los militantes y exdirigentes votan con los pies: cada semana un nuevo rostro se suma al bando del exdiputado.
Lo que está en juego es más profundo que un cálculo electoral. La derecha chilena arrastra una fractura histórica entre el conservadurismo empresarial puro y duro, que en los 80 se fusionó con la dictadura pinochetista, y la derecha “liberal” que desde los 90 intentó, sin mucho éxito, proyectar una imagen democrática. Hoy, la hegemonía se inclina hacia la primera: Kast ofrece mano dura, orden autoritario y continuidad neoliberal sin maquillaje. Es decir, la síntesis perfecta de lo que la burguesía y el capital transnacional busca para administrar la crisis.
Mientras tanto, Matthei se ve obligada a caminar sobre la cuerda floja. Quiere diferenciarse de Kast para no espantar al votante de centro, pero sin alejarse demasiado del mismo electorado conservador que se le fuga. Esa ambigüedad desgasta su candidatura y refuerza la idea de que la derecha “auténtica” es la republicana. La fuga de figuras como Carter y Codina golpea justo donde Matthei pretendía ser fuerte: la gestión municipal y territorial.
Desde una lectura marxista, los descuelgues no son anécdotas personales, sino expresiones de un reacomodo de clase. El capital chileno, en medio de la crisis política y social que el capital vive a escala global, necesita un proyecto de mayor disciplina y menor concesión democrática. Los “liberales” de Chile Vamos se vuelven prescindibles; los republicanos aparecen como garantes del orden neoliberal incluso a costa del recurso a la violencia institucional. La fuga hacia Kast es, en el fondo, la fuga del capital hacia su forma política más reaccionaria.
En definitiva, lo que hoy se describe como “tensión entre derechas” es en realidad el proceso de absorción de la derecha tradicional por la ultraderecha. Los desmarques son apenas síntomas de una tendencia mayor: la recomposición de la derecha chilena bajo un liderazgo abiertamente autoritario y proempresarial. Para el pueblo, la conclusión es simple: lo que se avecina no es una derecha dividida, sino una derecha más cohesionada que nunca detrás de su verdadero programa: propiedad privada intocable y represión para quien se atreva a cuestionarla.
