La ministra Antonia Orellana (FA) volvió a apuntar sus dardos contra el Presidente del Partido Comunista, Lautaro Carmona, acusando que sus críticas a Mario Marcel y al rumbo económico representan un “intento de pautear” a la candidata Jeannette Jara. Orellana, claramente representando la linea del gobierno del Presidente Gabriel Boric, se apuró en restarle importancia, señalando que la ciudadanía no se interesa en debates “entre políticos”, sino en propuestas concretas. Pero lo cierto es que la polémica revela un choque mayor: hasta qué punto la candidatura oficialista tolera la voz independiente del Partido Comunista dentro de una coalición dominada por el socialismo democrático y el progresismo liberal, que ha administrado el neoliberalismo desde el termino formal de la dictadura.
Orellana incluso ironizó: “Seguramente él opina lo mismo de mí”. La frase, en apariencia liviana pero llena de ego, se inscribe en una tendencia que la propia ministra reconoció: distintas figuras han intentado “pautear” a Jara, desde la reforma de pensiones en adelante. La insinuación de que Carmona haría lo mismo busca ubicarlo en ese lote, invisibilizando que lo suyo no es capricho, sino defensa de la línea histórica del PC contra el continuismo neoliberal que Marcel representa.
Porque aquí está el punto central: Carmona no habló para complicar la campaña, sino para marcar la frontera de clase que el PC no puede abandonar. El exministro Marcel representa la ortodoxia que amarra cualquier transformación bajo el dogma del equilibrio fiscal, que blinda al empresariado y mantiene intacta la herencia de la dictadura. Que el PC lo critique no es “pautear”, es cumplir con su rol de partido de los trabajadores: denunciar las políticas que perpetúan el modelo.
El gesto de Orellana, que representa al Presidente Gabriel Boric, responde a la lógica del progresismo liberal: disciplina interna, silencio hacia adentro, armonía hacia fuera. El PC, en cambio, sabe que callar significa convertirse en un adorno en la vitrina de la gobernabilidad. Como advirtió Engels, “un partido que abandona su independencia para unirse a otro, deja de existir como partido”. Por eso Carmona incomoda: recuerda que la unidad de la coalición no puede fundarse en la renuncia a la crítica del capital.
En el trasfondo late una tensión de género y poder: Orellana desliza que las críticas a Jara pueden tener un sesgo machista, aunque reconoce que no toda discrepancia lo es. Pero al centrar el debate en el “pautear” a la candidata, la discusión se desplaza de lo esencial, el modelo económico que algunos de la coalición han jurado mantener intacto, hacia lo accesorio, la forma en que se expresan las diferencias. Es la vieja táctica de neutralizar la política de fondo mediante debates de estilo.
En suma, Orellana no busca blindar a Jara, busca blindar la subordinación de su propio gobierno a la doctrina neoliberal, y para eso apunta contra el PC e intenta deslegitimar el derecho de Carmona a plantear diferencias sustantivas. Lo que para la ministra es “poco útil”, para la clase trabajadora es vital: que exista al menos una fuerza política que recuerde que no se trata solo de gestionar el capitalismo con rostro humano, sino de superarlo.
