En clave marxista, la lección es menos culinaria y más estructural. La Seremi no es un club social; es un nodo donde se cruzan contratos, concesiones, subsidios y tiempos de trabajo de miles. Como dirían Marx y Engels, “el poder ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Manifiesto, Obras Escogidas, Progreso, 1980). En transporte, esa administración se llama licitación, fiscalización y tarifa: quién cobra, quién opera, quién espera. El “asadito” solo deja ver, por una rendija, la jerarquía interna que goza de permisos informales mientras exige disciplina al resto.
Por Equipo el Despertar
El “día de planificación” terminó con parrilla y renuncia. Benigno Retamal dejó la Seremi de Transportes de Valparaíso tras revelarse que el viernes pasado se convocó a una jornada en la casa de una funcionaria que, en los hechos, permitió a quienes asistían marcar salida a las 11:00. La oposición habló de horario recortado y atención pública afectada; Retamal juró que “no interfirió con las labores diarias”. El Ministerio aceptó la renuncia y puso como subrogante a Susana Fuxs Gamboa. Un cambio más en una silla que ya venía con rotación de nombres y episodios previos.
El episodio es moralmente barato y políticamente caro. Barato, porque el Estado chileno vive rodeado de “jornadas de trabajo en equipo” que acaban en almuerzo; caro, porque ocurre mientras la región entra en procesos sensibles, licitación de transporte público, buses nocturnos, subsidios rurales, que exigen probidad, foco y horarios extendidos para usuarios que ya pagan la precariedad con colas y trasbordos. En un servicio que se debe a la ventanilla, un “día de planificación” que huele a asado es, como mínimo, una bofetada simbólica.
La oposición hizo lo esperado: golpe de mesa, “insostenible”, demanda de continuidad del servicio. El oficialismo regional se dividió entre quien pidió cabeza y quien alegó apuro en la salida recordando avances como el subsidio rural. Bienvenidos al teatro de la responsabilidad individual: se corta la rama, se salva el árbol. Pero el bosque es otro: gestión por eventos, cultura de privilegio menor en un gobierno que en su inicio se jactaba insistentemente de su superioridad moral y una burocracia que aprende rápido que lo esencial no es el usuario, sino no dar papaya mediática.
En clave marxista, la lección es menos culinaria y más estructural. La Seremi no es un club social; es un nodo donde se cruzan contratos, concesiones, subsidios y tiempos de trabajo de miles. Como dirían Marx y Engels, “el poder ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Manifiesto, Obras Escogidas, Progreso, 1980). En transporte, esa administración se llama licitación, fiscalización y tarifa: quién cobra, quién opera, quién espera. El “asadito” solo deja ver, por una rendija, la jerarquía interna que goza de permisos informales mientras exige disciplina al resto.
Porque mientras la jefatura puede “planificar” fuera de oficina, abajo el trabajo vivo no planifica: cumple, so pena de sanción. Conductores con turnos comprimidos, usuarias que dependen de un recorrido rural, adultos mayores frente a ventanillas que cierran exactas. El “acorte” de jornada, aunque luego se jure que no afectó atención, expresa quién puede manejar el tiempo y quién lo padece. Y el tiempo, en transporte, es clase: minutos perdidos son salario social dilapidado.
La renuncia, sin embargo, no responde la única pregunta que importa: ¿qué cambia en la función del aparato? ¿Habrá métricas públicas de atención real por comuna y franja horaria? ¿Se transparentará la matriz de evaluación de operadores en la licitación? ¿Se fortalecerá la fiscalización con dotación estable y participación de comités de usuarios y trabajadores? Si la “solución” es un nuevo nombre y una ronda de declaraciones, volverá la parrilla —quizá sin fotos— y la máquina seguirá trasladando rentas hacia operadores mientras socializa esperas.
Conclusión: cayó el seremi; la lógica quedó intacta. Se exhibe austeridad con una cabeza, pero no se toca la estructura que permite que la vida de millones dependa de contratos que casi nadie ve y de horarios que casi nadie controla. La próxima vez no habrá “día de planificación”: habrá manual de crisis comunicacional. Y, como siempre, entre derechos iguales, el del funcionario a “planificar” y el del usuario a ser atendido, “decide la fuerza” (Marx, El Capital, Libro I, Obras Escogidas). Hoy la fuerza viste credencial, firma oficios y corta cintas.