Más allá del termómetro, el fenómeno Kaiser revela una fractura de clase dentro del campo opositor. Kast intenta preservar la jefatura del voto duro “orden/identidad”; Matthei ofrece gobernabilidad tecnocrática para un empresariado que teme el vacío de Estado; Kaiser pesca en la angustia anti-sistema que dejó la inflación, la deuda y el deterioro de servicios, con promesas de podadora fiscal y “libertad” a la carta. Tres derechas, tres diagnósticos, un mismo horizonte: reordenar el Estado al servicio del capital con grados distintos de shock.
Por Equipó El Despertar
La foto de la semana sacudió a la derecha: Johannes Kaiser (PNL) trepó al tercer lugar en Cadem (14%), superando a Evelyn Matthei (13%), mientras José Antonio Kast cayó a 20% y Jeannette Jara se despegó en la punta (27%). En Panel Ciudadano-UDD la pelea por el segundo puesto sigue entre Kast (22%) y Matthei (16%), con Kaiser en 13%. Criteria empató a Kaiser y Matthei en 13% y dejó a Jara (28%) y Kast (23%) al frente; la CEP cerró el trabajo de campo con Jara y Kast empatados en 23%, Matthei tercera (13%) y Kaiser quinto (6%). Lectura inmediata: hay competencia abierta por el cupo opositor al balotaje, pero sin una señal unívoca que ordene a los electores.
Ese ruido estadístico es combustible para un clásico del manual: el “voto útil”. Como apunta Marco Moreno, si Kaiser sigue arañando a Kast y éste no remonta, parte del electorado podría “votar por cálculo” para cerrar el paso a Jara. Pero el propio Mauricio Morales recuerda que la divergencia de encuestas frena la coordinación: cuando no hay consenso demoscópico sobre quién es el “segundo”, el incentivo a abandono estratégico se debilita. Resultado: indecisión en la base y comandos a ciegas.
Más allá del termómetro, el fenómeno Kaiser revela una fractura de clase dentro del campo opositor. Kast intenta preservar la jefatura del voto duro “orden/identidad”; Matthei ofrece gobernabilidad tecnocrática para un empresariado que teme el vacío de Estado; Kaiser pesca en la angustia anti-sistema que dejó la inflación, la deuda y el deterioro de servicios, con promesas de podadora fiscal y “libertad” a la carta. Tres derechas, tres diagnósticos, un mismo horizonte: reordenar el Estado al servicio del capital con grados distintos de shock.
La obligatoriedad del voto agranda la incógnita. El electorado intermitente —menos ideológico, más reactivo al bolsillo y la seguridad— puede entregarle a Kaiser un premio de última milla si su narrativa de “quiebre” prende entre los malcontentos sin partido. Pero ese mismo universo es sensible al argumento de “quién gobierna mejor” que empuja Matthei: instalar la idea de que hay que tomar control de 2.500 cargos y “no improvisar” busca atraer a quienes temen el vértigo de un salto sin red. El “voto útil” puede nacer tanto del miedo a Jara como del miedo a la ingobernabilidad.
Para Kast, el problema es doble. Por la derecha, Kaiser erosiona su monopolio sobre el voto más duro; por el centro, no crece donde debería morderle a Matthei. Si el relato de “mano firme” se confunde con promesa de más de lo mismo, su desliz puede volverse estructural: demasiado áspero para el votante moderado, demasiado “vieja política” para el libertario. En ese marco, un “empate catastrófico” entre Kast y Kaiser que bloquee la coordinación y deje pasar a Matthei al segundo lugar es tan plausible como su espejo: que la suma de ambos hunda a la UDI y consolide a Kast.
La paradoja es que Jara escala mientras su adversario real se define. En un escenario de tres candidaturas a la derecha, la matemática del balotaje la favorece —siempre que su campaña no se desordene por las fisuras dentro del oficialismo. La estrategia opositora, en cambio, oscila entre maximizar identidades (para negociar caro en segunda vuelta) y cerrar filas antes de la urna. En términos de economía política, la discusión pública sobre “encuestas” es la superficie de un debate soterrado: ¿quién garantiza mejor continuidad sin estallidos?; ¿el gerente confiable, el gendarme o el incendiario?
Con todo, las próximas dos semanas no se decidirán en planillas, sino en señales claras al votante de última hora. Si Matthei instala con credibilidad la idea de “equipo y control del Estado”, captura el voto útil conservador; si Kast recupera iniciativa con una agenda de seguridad verosímil y exhibe ancho de banda territorial, puede frenar la sangría hacia Kaiser; si el PNL logra un par de hitos virales y se convierte en “la sorpresa” en mesa, la coordinación se rompe. Y sí: un par de encuestas convergentes en la recta final pueden inclinar la balanza.
En suma: el ascenso de Kaiser no es una anécdota; es un síntoma de la crisis de oferta en la derecha y del malestar social que no encuentra canal único. El “voto útil” existe, pero necesita faro; hoy, los faros alumbran en direcciones opuestas. En ese claroscuro, la política real —la de los intereses en juego— seguirá buscando su mejor gerente. Mientras tanto, la pregunta que no hace ninguna ficha técnica, pero define la elección, es otra: ¿qué proyecto puede mejorar la vida material de la mayoría sin convertir al Estado en una empresa de seguridad privada?
