En medio de una semana políticamente explosiva para su figura, la ex alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei, lanzó una dura acusación contra el Partido Republicano, liderado por José Antonio Kast, al que responsabiliza de difundir rumores sobre un supuesto deterioro de su salud mental, insinuando que “tiene Alzheimer”.
La precandidata presidencial calificó la situación como una “campaña sucia” y “misógina”, y acusó a sus adversarios de actuar con “una violencia inaceptable que no se había visto ni en la vieja política”. En tono desafiante, pidió que “dejen de inventar enfermedades” y advirtió que no abandonará la carrera presidencial.
Disputa entre reaccionarios: fuego cruzado sin proyecto
La ofensiva verbal de Matthei se enmarca en una evidente fractura dentro del bloque de la derecha, que hoy se debate entre tres polos: La derecha liberal-empresarial que pretende representar la alcaldesa, el nacionalismo conservador de Kast y su Partido Republicano y la nueva ultraderecha libertaria, al estilo Milei, encabezada por Johannes Kaiser.
Este triple choque de egos y capitales políticos no responde a diferencias sustanciales en el programa: todas estas fracciones comparten el mismo proyecto económico neoliberal, basado en privatización, represión y subordinación al capital. Lo que se disputa es quién lo administra y con qué estilo discursivo.
Victimización como cortina de humo
Matthei enfrenta una grave crisis por las acusaciones de uso indebido de recursos municipales para su campaña presidencial, y por la red de operadores políticos instalada en Providencia, lo que ha derivado en una investigación de Contraloría y críticas incluso desde sectores de centroderecha.
En ese contexto, su contraataque a los Republicanos aparece como una estrategia de distracción que busca cerrar filas en su entorno y reposicionarse como “víctima de una operación política”, aunque sea dentro de su propio sector.
El problema, para Matthei, no son los rumores, sino que la derecha empresarial empieza a verla como una figura débil, expuesta, y menos útil que antes para contener el descontento social.
Una pelea entre cómplices
Más allá de las frases altisonantes, lo que esta pelea expone es la podredumbre estructural de la clase política chilena, en la que las candidaturas no se sostienen en proyectos, sino en campañas mediáticas financiadas por intereses empresariales, que cambian de rostro cuando uno ya no les sirve.
Matthei, Kast, Kaiser: distintas versiones del mismo orden reaccionario. Cuando se pelean, no es por el pueblo, sino por el mercado electoral, el respaldo de los grupos económicos y el favor de los medios.
Desde una perspectiva transformadora, la disputa en la derecha debe ser leída con claridad táctica. No se trata de tomar partido por una facción más “moderada”, sino de desenmascarar el modelo que todas ellas sostienen.
Mientras se acusan de campañas sucias, el pueblo sigue pagando la deuda educativa, la luz más cara de América Latina y las consecuencias de una salud privatizada y de pensiones y sueldos miserables. Ninguno de los tres resolverán eso.