La reciente inauguración del centro de detención de inmigrantes “Alligator Alcatraz”, impulsada por la administración de Donald Trump y el gobernador Ron DeSantis, no es solo una noticia sobre condiciones sanitarias deplorables; es un crudo reflejo de cómo el capitalismo globalizado, en su fase más reaccionaria, deshumaniza y somete a la población migrante, considerándola una fuerza de trabajo desechable y una amenaza a la propiedad y el orden establecido. Las alarmantes denuncias de grupos civiles, que comparan la instalación con “campos de concentración”, revelan la brutalidad intrínseca de un sistema que prioriza el control y la contención sobre la vida humana.
Seis hospitalizaciones y testimonios sobre la privación de atención médica, hacinamiento, agua conectada a inodoros y desbordamiento de aguas residuales en las zonas de descanso, no son meros errores operativos. Son la manifestación material de una lógica donde la minimización de costos y la coerción son los ejes centrales de la política migratoria. Al ubicar a más de mil hombres en tiendas de campaña vulnerables a las inundaciones en el hostil ecosistema de los Everglades, infestado de mosquitos portadores de virus, el Estado estadounidense expone a estas poblaciones a un riesgo deliberado de enfermedad y muerte. Esta decisión no es una casualidad, sino la expresión de una negligencia sistemática que ve a los migrantes como sujetos sin derechos, cuya vida carece de valor en la balanza de las prioridades económicas y políticas.
Desde una perspectiva crítica y marxista, la existencia de “Alligator Alcatraz” y la militarización de las fronteras no responden únicamente a preocupaciones de “seguridad nacional”. Son mecanismos de control del flujo de trabajo y de la mano de obra excedente. Al crear condiciones tan infrahumanas, se busca no solo disuadir la migración, sino también disciplinar a aquellos que ya están dentro del territorio, asegurando un suministro de trabajo precarizado y desorganizado. La negación de las acusaciones por parte del gobernador DeSantis, afirmando que los alimentos son los mismos que para los trabajadores del centro, es una cortina de humo ideológica que busca normalizar la explotación y la deshumanización. Se construye un discurso que justifica la violencia estructural contra los migrantes, presentándolos como una carga o un peligro, desviando la atención de las raíces económicas que impulsan su movilidad y las condiciones sistémicas que los convierten en sujetos de explotación.
En esencia, “Alligator Alcatraz” es un eslabón más en la cadena de acumulación por desposesión y control que el capitalismo global ejerce sobre las poblaciones más vulnerables. Es un recordatorio de que, en la búsqueda implacable de la ganancia y el mantenimiento del orden de clase, las élites políticas están dispuestas a sacrificar la dignidad y la vida humana, erigiendo prisiones de miseria en las que la humanidad misma se ahoga.