Por Daniel Jadue
Hoy, cuando el imperialismo reinventa sus máscaras y los viejos colonizadores se visten de democrátas globales, el pensamiento de Fanon nos recuerda que no hay emancipación sin descolonización integral. Ni en la economía, ni en la cultura, ni en los cuerpos, ni en los territorios.
A cien años de su natalicio, Frantz Fanon sigue siendo un faro para los pueblos que resisten el colonialismo, el racismo estructural y el capitalismo global. Su pensamiento no pertenece al pasado. Al contrario, es herramienta urgente para leer las contradicciones de nuestro presente, para comprender la violencia sistémica que padecen los pueblos del Sur global y para imaginar una praxis revolucionaria verdaderamente liberadora.
Fanon no escribió desde la academia, sino desde la trinchera. Desde la Argelia ocupada, desde el cuerpo negro colonizado, desde el combate anticolonial concreto. Fue psiquiatra, pero su diagnóstico fue político: el colonialismo enferma, no solo al colonizado, sino también al colonizador. Y su terapéutica no era la adaptación, sino la revolución.
En “Los condenados de la tierra”, Fanon afirmó sin ambigüedades que la violencia colonial solo puede ser desmontada por la violencia liberadora de los pueblos. Esta tesis, tantas veces tergiversada por los defensores del orden, es en realidad una denuncia de la violencia fundacional del colonialismo. No es un llamado al odio, sino a la justicia.
Su denuncia del racismo como estructura, su crítica a las burguesías nacionales que traicionan la liberación una vez alcanzada la independencia formal, y su llamado a construir un humanismo nuevo desde el sur, son hoy más urgentes que nunca. En América Latina, el extractivismo, el neocolonialismo financiero, la violencia policial en los barrios populares, y el racismo contra los pueblos originarios y afrodescendientes, confirman que Fanon sigue siendo nuestro contemporáneo.
Hoy, cuando el imperialismo reinventa sus máscaras y los viejos colonizadores se visten de democrátas globales, el pensamiento de Fanon nos recuerda que no hay emancipación sin descolonización integral. Ni en la economía, ni en la cultura, ni en los cuerpos, ni en los territorios.
Conmemorar a Fanon es más que citarlo. Es llevar su legado a las luchas concretas de nuestro tiempo: en Palestina, en el Sahara Occidental, en Africa, en Haití, en Wallmapu, en los barrios populares de Santiago o Bogotá. Es preguntarnos qué revolución necesitamos para ser verdaderamente libres.
A cien años de su nacimiento, Frantz Fanon sigue caminando con nosotros. No como una figura de museo, sino como compañero de lucha. Como el médico que diagnosticó al capitalismo y prescribió justicia. Como el revolucionario que nos dijo, con voz clara: “Cada generación debe descubrir su misión, cumplirla o traicionarla”. Nosotros ya sabemos cuál es la nuestra.