Vie. Sep 12th, 2025

Heredar la lucha, no la derrota

Sep 10, 2025

Deberíamos comenzar por remarcar que lo que hace Kaiser no constituye negacionismo, en tanto mediante sus dichos sí reconoce las violaciones a los DDHH cometidas por el régimen de Pinochet. Corresponde entonces no a una acción negadora, sino a una reivindicación política desvergonzada de la dictadura, junto con una manifiesta disposición a repetirla.

Tomás Opazo Rodriguez

“Usted no puede desatar la lucha de clases y cuando recibe una respuesta, esperar que ésta sea pacífica”. Esta fue la reflexión de Johannes Kaiser, general de sillón y candidato presidencial de la derecha antivacunas, cuando se le consultó si acaso apoyaría en la actualidad un golpe de Estado como el de 1973 en Chile, “Sin duda, con todas las consecuencias”, afirmó ante la interrogante.

El repudio ha sido generalizado, sus dichos se calificaron como inaceptables, vergonzosos, impúdicos, ignorantes, negacionistas. Y ciertamente son adjetivos que caben frente a aquellas declaraciones, así como a las multiples cuñas y actos de Evelyn Matthei o Jose Antonio Kat, quienes de tanto en tanto hacen gala de su amor por la tirania de Pinochet.

Más cabría también cuestionarse y reflexionar si aquella reacción, que se agota en la condena moral, es suficiente en la disputa política frente a las ultraderechas que reivindican los regímenes dictatoriales del cono sur. El retorno de estos discursos a la disputa de consenso social, junto a fenómenos electorales como el de Javier Milei en Argentina, otrora Bolsonaro en Brasil, parecieran comenzar a evidenciar que, en efecto, no es suficiente. El enfrentamiento moral al discurso reaccionario no pareciera tener un efecto claro o, al menos, no termina por significar una disuasión a quienes convoca.

Deberíamos comenzar por remarcar que lo que hace Kaiser no constituye negacionismo, en tanto mediante sus dichos sí reconoce las violaciones a los DDHH cometidas por el régimen de Pinochet. Corresponde entonces no a una acción negadora, sino a una reivindicación política desvergonzada de la dictadura, junto con una manifiesta disposición a repetirla. Kaiser, más allá de su conocida y contumaz ignorancia, demuestra en esta respuesta una conciencia política y de clase superior a la que hoy maneja la amplitud del campo progresista chileno. Además de la recuperación de la valentía de los sectores golpistas en la reivindicación de su actuar, reconoce claramente al golpe de Estado como una reacción
patronal, como una respuesta revanchista inscrita en el desarrollo de la lucha de clases.

En este sentido, si deseamos combatir de manera sólida estas posiciones, corresponde, hace ya tiempo, a nuestro campo político abrazar decididamente una interpretación superadora a la mera perspectiva liberal de los DDHH y la condena moral a sus violaciones -la cual no debe cesar- un discurso con contenido político que sea capaz de volver a reunir mayorías en torno a un relato hegemónico, de defensa de nuestra clase.

Para este objetivo, el de fortalecer nuestras comprensiones y argumentos frente a la arremetida pinochetista, la propuesta es recuperar la herramienta del materialismo histórico, en la convicción de que es esta perspectiva y comprensión marxista la cual nos habilitará para rearmanos, para construirnos como una izquierda capaz de proponer, avanzar y defenderse de manera efectiva. No se trata de escapar al planteo de Kaiser mediante la pura condena moral, sino de enfrentarlo con decisión y contenido revolucionario. Para esto es preciso realizar un breve repaso respecto al momento histórico
que se vivía durante los años 70s en nuestro país.

Para entonces, en Chile, más allá de las disquisiciones, valoraciones, análisis y debates que podamos dar alrededor del proyecto de la Unidad Popular -el cual no deberíamos dudar en reivindicar y admirar, como un gobierno con genuina disposición revolucionaria, cuyo triunfo significó la mayor alegría popular que este país haya vivido desde la institucionalidad democrático burguesa- efectivamente existió una izquierda y un campo popular organizado, agrupado, con capacidad de elaboración programática y praxis revolucionaria. En una época con disposición a enunciar y proponer “revolución”, “lucha de clases”, “conducción popular” y “socialismo”.

El triunfo de la candidatura presidencial de Salvador Allende en 1971, y el gobierno de la Unidad Popular, no fueron una mera elección más, en un curso histórico sucesivo de presidencias que se narra de manera desabrida. Fue una particular cristalización -en ningún caso el fin histórico-, institucional, resultada de un proceso de construcción y acumulación forjado en la lucha del pueblo y los trabajadores, las matanzas y represión contra las huelgas de los mineros del cobre y el salitre, de los ferroviarios, los obreros industriales, las experiencias mancomunales, los movimientos de pobladores, el campesinado y los partidos políticos de la izquierda nacional.

En este contexto, el gobierno de Allende se reconoce por su carácter legalista y su apego al orden constitucional. Con la profundización de la reforma agraria, la nacionalización del cobre, la creación del Área de Propiedad Social, se comenzaba a avanzar a paso firme por la vía chilena al socialismo, en enfrentamiento directo con los intereses de la burguesía y el imperialismo. Pero, sería el avance de las organizaciones obreras y de masas, quienes se movilizaron a mayor ritmo revolucionario que la propia Unidad Popular, la gota que rebalsó el vaso de la paciencia reaccionaria. Fue la posibilidad de construcción de un programa propio desde la clase obrera, mediante las recuperaciones territoriales de terrenos, la toma de fábricas para el control colectivo, la capacidad organizativa contra el desabastecimiento demostrada por las JAP, el poder obrero germinante en los cordones industriales y la voluntad popular de defensa al gobierno expresada en la resistencia al paro patronal de 1972 y el tanquetazo de 1973, lo que llevó al golpe reaccionario.

El golpe de Estado y la Dictadura evidentemente tenían como primer objetivo destituir al gobierno de la Unidad Popular. Pero la planificada represión sistemática hacia los dirigentes políticos, obreros, estudiantiles y sociales, los miles de detenidos desaparecidos, las ejecuciones, las torturas, el exilio, la proscripción de los partidos, el cierre del congreso, la censura, la creación de policías especiales, la redacción de una nueva constitución ilegítima, da cuenta de que no se trató de una reacción espontánea, ni de excesos, ni de mera maldad desatada por sádicos generales traidores, sino de un gesto aleccionador, de un proyecto superior cuyo objetivo era destruir al tejido social, a la lucha popular, a la
esperanza y disposición revolucionaria en construir un mundo distinto. El golpe fue una ofensiva de la clase dominante y sus aparatos para contener un ascenso de la clase obrera organizada, fue la reacción radical en busca de anular el conflicto de poder dual surgente. Fue efectivamente una expresión de la lucha de clases.

Ad portas de un nuevo 11 de septiembre, debemos tomar plena conciencia de que a nuestros compañeros y compañeras no se les perseguía por pensar distinto -como se suele plantear de manera eufemística-, nadie nunca es encarcelado meramente por pensar. A nuestros compañeros y compañeras se les persiguió POR ACTUAR de una manera particular y consciente, por tener intenciones transformadoras, por apostar a la subversión del orden imperante, por organizarse para conquistar un horizonte en donde fueran constructores de su propio destino.

Espero que no se caiga en confusiones, no se trata aquí de replantear una suerte de teoría de los dos demonios, sino de, por el contrario, reafirmar con orgullo nuestro rol en la historia, como militantes por la transformación. Lo cual no significa en ningun caso justificar las violaciones a los DDHH, la tortura, la desaparición forzada o la violencia sexual como respuesta represiva, las cuales serán siempre atrocidades que debemos denunciar y combatir, porque son crimenes que significan la degradación de los valores humanos, y frente a los cuales se debe seguir exigiendo toda la verdad y toda la justicia.

La propuesta es dejar de orientar los ejercicios de memoria en torno al golpe de Estado de 1973 hacia la mera condena moral de la catástrofe sucedida, más bien plantear que estos deben potenciarse y significarse tanto como un aprendizaje respecto a los procesos de construcción revolucionaria del pueblo chileno, así como una recuperación de las experiencias acumuladas en el seno de la clase. En una mirada al pasado que no se constituya ni como un llanto permanente ante la barbarie ni como una admiración acrítica al intento emprendido por Allende, sino como una recuperación de nuestras energías, de los
deseos profundos y vitales de justicia, de la voluntad de construir

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