Jara devolvió golpe, pero volvió al punto: “La reconstrucción es lamentable por su demora”, y sobre el dardo de Montes fue tajante: “Desconozco a qué se refiere… si hay alguien que el ministro conozca, que lo diga… tendrá que dar las explicaciones y hacerse cargo de sus palabras”. Su línea es clara: “la gente en Viña necesita su casa y llevamos mucho tiempo sin que esas casas estén construidas”. El resto, asesores, “manos derechas”, será ruido hasta que alguien ponga nombres, RUT y cargos sobre la mesa.
Por Equipo El Despertar
El cruce entre Jeannette Jara (PC) y el ministro de Vivienda, Carlos Montes, reconocido anticomunista del PS, dejó al desnudo lo esencial: mientras se pelean por la reconstrucción y por la megatoma de San Antonio, la propiedad del suelo y los intereses privados siguen marcando la cancha. En Estado Nacional, Montes insinuó que la “mano derecha” del dueño del terreno tomado en San Antonio “está en el comando de la candidata”, y añadió que “dos personas que trabajan en el Minvu también son parte de la campaña”, aunque, dijo, “nunca he sabido que lo hagan en hora laboral”.
Jara devolvió golpe, pero volvió al punto: “La reconstrucción es lamentable por su demora”, y sobre el dardo de Montes fue tajante: “Desconozco a qué se refiere… si hay alguien que el ministro conozca, que lo diga… tendrá que dar las explicaciones y hacerse cargo de sus palabras”. Su línea es clara: “la gente en Viña necesita su casa y llevamos mucho tiempo sin que esas casas estén construidas”. El resto, asesores, “manos derechas”, será ruido hasta que alguien ponga nombres, RUT y cargos sobre la mesa.
El telón de fondo es menos televisivo y más material: en San Antonio, el Estado negocia con propietarios para resolver la megatoma; en Viña, la reconstrucción arrastra demoras que no se explican solo con “títulos” y “ejecutores”. En ambas, la vida queda subordinada a la renta del suelo y a los tiempos de contratos y pagos. Mariátegui lo dijo para la tierra y vale para la vivienda: no es un problema técnico ni jurídico, sino social y político. Si la “mano derecha” del dueño está en un comando y funcionarios militan en campañas, el conflicto de interés deja de ser hipótesis: requiere transparencia activa y reglas.
Desde la izquierda, no hay que elegir entre dos relatos: hay que romper la trampa. Si Montes insinúa, que publique nombres y declaraciones de intereses; si Jara acusa lentitud, que proponga instrumentos que corten la dependencia del negocio del suelo: banca pública de suelo, cuentas escrow que automaticen pagos a entrega (y eviten “autorizaciones” eternas), plazos fatales con interés moratorio a favor de beneficiarios, y un inventario público de devengos vs. pagos por proyecto y región. Sin eso, seguiremos en el “yo dije/tú dijiste” mientras la gente mira sus casas desde la reja.
El caso de San Antonio es especialmente pedagógico: el derecho a la propiedad del terreno se impone sobre el derecho a la vivienda de miles de familias, y el Estado actúa como mediador entre hambre y renta. Que la “mano derecha” del dueño milite en un comando no sorprende: la política chilena hace rato comparte mesas con quienes administran el suelo como activo. Marx y Engels lo resumieron sin perfume: “El Estado moderno no es sino el comité que administra los negocios comunes de la burguesía”. Si ese comité no se desamarra del lobby del suelo, no habrá “seguridad” ni “reconstrucción” que valgan.
La disputa por la reconstrucción de Viña repite el patrón: se invoca la “organización” y las “licitaciones” de 11 meses como ley natural, pero esa ley se escribió para tercerizar el derecho a la vivienda al ritmo del flujo de caja. Si Jara quiere diferenciarse, que ponga por escrito un Plan de Reconstrucción con poder público: contratos marco industrializados, inspección técnica robusta, equipos públicos de montaje para emergencias, y banca de suelo para evitar recompras especulativas. Si Montes quiere defender su gestión, que muestre el tablero diario: cuántas viviendas entregadas, cuántas en obra, cuántas facturas autorizadas/pagadas. Sin datos abiertos, todo es consigna.
Porque aquí no hay neutralidad posible: o se pone la vida por sobre la renta, o se gobierna la escasez al gusto del poder inmobiliario. El resto —comandos cruzados, zancadillas de matinal— es espuma sobre un mar que ya conocemos. Y mientras los micrófonos giran, Viña sigue esperando llaves y San Antonio espera suelo. Ese es el único cruce que importa.
