Los portuarios no están pidiendo participación en utilidades ni cogestión del terminal: piden no ser desechables. Estabilidad para planificar la vida, fondo de vacaciones para que el descanso no sea un lujo, seguro de salud para no financiar la siniestralidad de un trabajo duro. Rosa Luxemburg lo diría con una simpleza que incomoda: “La libertad es siempre la libertad de quien piensa distinto”. En el muelle, esa libertad se llama negociación con fuerza.
Por Equipo El Despertar
Trabajadores portuarios de Valparaíso encendieron barricadas en el entorno de Plaza Sotomayor y cortaron el tránsito en Errázuriz–Blanco, en medio de su negociación colectiva con el Terminal 2 (empresa Report). La semana pasada ya habían salido a la calle; hoy retomaron la presión. ¿El pliego? Estabilidad laboral, fondo de ahorro para vacaciones y seguro de salud. “Estamos en proceso de negociación […] hoy se nos acabó un convenio colectivo”, dijo el dirigente Pablo Klimpel. Carabineros respondió con el libreto habitual: “alteración del orden público”, desvíos y “procedimientos en desarrollo”.
Lo que estalla no es un capricho, sino el modelo portuario: concesiones privadas desde fines de los 90, subcontratación, eventuales a la llamada, rotación forzada y salarios que dependen del turno que “cae”. Harry Braverman lo describió para otros oficios, pero calza aquí: el capital despieza el proceso de trabajo para abaratarlo y controlar al obrero. Marx lo escribió sin adornos: el capital convierte el tiempo de vida en tiempo de trabajo y, cuando puede, no lo paga. Pedir estabilidad, vacaciones y salud no es maximalismo: es piso civilizatorio.
El Estado entra con su doble cara: orden y tránsito primero, derechos después. La criminalización de la barricada oculta que el derecho a huelga y la acción colectiva son lo único que abren mesa cuando la empresa se atrinchera en la rentabilidad. Gramsci lo explicó hace un siglo: cuando el consenso falla, aparece la coerción. En los puertos se ve nítido: cadenas logísticas millonarias protegidas; trabajadores “despejados” de la calzada.
Los portuarios no están pidiendo participación en utilidades ni cogestión del terminal: piden no ser desechables. Estabilidad para planificar la vida, fondo de vacaciones para que el descanso no sea un lujo, seguro de salud para no financiar la siniestralidad de un trabajo duro. Rosa Luxemburg lo diría con una simpleza que incomoda: “La libertad es siempre la libertad de quien piensa distinto”. En el muelle, esa libertad se llama negociación con fuerza.
Detrás, el puerto como máquina de renta: concesiones que privatizan flujos y socializan congestión urbana; empresas que subcontratan el riesgo mientras cobran por tonelada y hora de muelle. David Harvey lo llama acumulación por desposesión: la cadena logística extrae valor del territorio y del trabajo precarizado. En esa ecuación, cada día de paro cuesta; cada derecho “encarece la contratación”—el mantra patronal de siempre.
¿Salida? Mesa inmediata con plazos y garantías: (1) Cláusula de estabilidad mínima para eventuales con x horas/mes trabajadas; (2) Fondo de vacaciones con aporte tripartito (empresa–Estado–trabajador), administrado por un fideicomiso auditable; (3) Seguro de salud con copago patronal y cobertura de accidentes/lesiones típicas del oficio; (4) No represalia por participación en movilizaciones; (5) Monitoreo paritario del cumplimiento con poder de paralización ante incumplimientos. Todo lo demás es redacción cosmética.
Las barricadas son el síntoma. Si se apaga el fuego sin atender la fábrica que produce el conflicto, volverán. Porque, como recordaba Marx, sin organización el obrero es simple mercancía; con organización, es fuerza social. Hoy Valparaíso lo recuerda con humo. La pregunta es si la empresa y el gobierno quieren negociar con calendario y lápiz, o esperar a que el puerto hable con fuego otra vez.
