Por más difícil o incómodo que pueda resultar, debemos hacernos estas preguntas. En un comando en donde conviven trayectorias neoliberales con ex-autonomistas de izquierda, entre bases comunistas y dirigencias vinculadas al empresariado multinacional, más que pluralista, la identidad se presenta borrosa, agrupados hoy fundamentalmente bajo el objetivo de derrotar a Kast. Pero, de lograrse esta aspiración, y ante el hipotético ingreso de una militante comunista al sillón principal de La Moneda, ¿Cuál será el sentido político orientador de la coalición?.
Por Tomás Opazo Rodríguez / Licenciado en Historia UCh
Durante las últimas semanas se ha consolidado la incorporación de la Democracia Cristiana a la coalición de partidos que hoy apoyan la candidatura presidencial de Jeannette Jara (PC) en Chile. Conformándose un pacto que va desde los partidos de la ex concertación, la ya mencionada DC y el socialismo Democrático (PS-PPD-PR-PL), hasta el Partido Comunista, pasando por el Frente Amplio y sumándose los apoyos de otros partidos de izquierda extraparlamentaria (Popular, Solidaridad, Igualdad).
Ante este amplio espectro de partidos detrás de una candidatura única y listas parlamentarias compartidas, para quienes nos posicionamos desde las voluntades por transformar este país, teniendo aún como horizonte la superación real del neoliberalismo y la construcción del socialismo, cabe preguntarnos; ¿Cuál es el horizonte común entre estas organizaciones? ¿Cuáles son los compromisos compartidos que sostienen esta unidad?
Por más difícil o incómodo que pueda resultar, debemos hacernos estas preguntas. En un comando en donde conviven trayectorias neoliberales con ex-autonomistas de izquierda, entre bases comunistas y dirigencias vinculadas al empresariado multinacional, más que pluralista, la identidad se presenta borrosa, agrupados hoy fundamentalmente bajo el objetivo de derrotar a Kast. Pero, de lograrse esta aspiración, y ante el hipotético ingreso de una militante comunista al sillón principal de La Moneda, ¿Cuál será el sentido político orientador de la coalición?.
Analicemos de manera general la última experiencia, con el gobierno de Gabriel Boric (F.A). Boric asumió la presidencia en representación de Apruebo Dignidad -y apoyado en segunda vuelta por el socialismo democrático- coalición declarada decididamente antineoliberal, integrada principalmente por los partidos del Frente Amplio y el PC, con los consensos del estallido social aun remanentes, o al menos más que hoy, y con un programa que, en el papel, resultaba más radicalizado que el hoy propuesto por la propia candidata comunista.
Pero las esperanzas sobrevenidas del triunfo de las fuerzas progresistas decayeron de manera brutal luego de la derrota constitucional en el plebiscito de 2022, en la que el gobierno depositó su capital político, supeditando su ruta a una instancia electoral indefinida. Ante el fracaso, la lectura que primó como razón de la derrota fue la de haber sido maximalistas en la propuesta de la carta magna.
Descolocada, la conducción del gobierno prefirió para su rescate, antes que reconstruirse en conjunto a su base política de apoyo, acudir a los signos y partidos del orden, incorporando al PPD y al PS de lleno al
gobierno, con nada menos que la vicepresidencia.
Débil ante la pérdida momentánea del consenso, con el plebiscito perdido, la coalición ampliada, una correlación de fuerzas institucional contraria y un parlamento incapaz de hacer avanzar el programa con el que Boric llegó a la presidencia, el carácter del gobierno, que se asumió de izquierda, se desdibujó. Se pasó de la defensa de las justas reivindicaciones pueblo mapuche a sostener la militarización de wallmapu más extendida desde el retorno de la democracia, de hablar de la refundación de Carabineros a la defensa del General Yañez, de la condonación del CAE a un nuevo sistema financiado por los propios estudiantes, del fin a las AFP a una reforma cuestionable, del “a transformar Chile” al “que las instituciones funcionen”. Más allá de lo que estos virajes signifiquen para cada uno a la hora de caracterizar a Boric y su gestión, una cosa es plenamente cierta; si bien las voluntades podrían haberse jugado de manera distinta, el gobierno no logró consolidar el poder suficiente para realizar las transformaciones prometidas, apelando tarde mal y nunca a la movilización real de sus bases para la defensa social callejera de sus apuestas políticas originales.
Esto nos lleva entonces a la pregunta fundamental que debería estar ocupándonos, si es que nuestro objetivo es la transformación de la realidad, y en relación al escenario actual planteado al comienzo, ¿cómo construir el poder que nos permita realizar los cambios?. Aprendida, nuevamente, la lección histórica de que para lograr las transformaciones revolucionarias no basta con la escalada coyuntural, debemos pensar el cómo construir y sostener el poder con un proyecto real.
La apuesta de la centro-izquierda ha sido la de construir “la unidad más amplia”, en lo que algunos se han atrevido a denominar como bloque histórico. Para Gramsci, un bloque histórico no es una mera alianza electoral, sino la unidad orgánica pluriclasista entre quienes plantean una nueva visión de mundo, bajo la conducción de una clase hegemónica articuladora, la que, él aspiraba, debía ser la clase trabajadora en conciencia revolucionaria.
Así, parece ser evidente que esa no es la situación actual. Por el contrario, los giros de la candidatura han sido gestos permanentes hacia sectores que hasta ahora no han demostrado interés en construir una nueva sociedad, sino sostener la actual (ante lo cual, por derecha, Kast es también una amenaza inmediata). Me refiero al socialismo democrático, en particular a la DC y PPD, fuerzas que históricamente han funcionado como sostén último del modelo de Pinochet, las cuales, por lo demás, se ha demostrado en los últimos años, tampoco poseen una convocatoria electoral decisiva, al revés, van en picada
consecutiva desde 2017 en adelante. Vale entonces también preguntarse; ¿Esta unidad posee un correlato social?. La unidad de las dirigencias políticas debiera siempre venir acompañada de la unidad de la base ciudadana, la primera es un instrumento, la segunda es un fundamento esencial para la construcción de una fuerza revolucionaria.
Entonces, ¿Vamos a recuperar el poder de transformación entregando espacio político a los modos y sujetos neoliberales, o fortaleciéndonos con un proyecto colectivo a largo plazo, popular y con participación de las organizaciones sociales?. Es en este contexto que actitudes como la de la cupula del F.A, quien desestimo entregar un cupo a Gustavo Gatica, representante claro de un sector popular excluido y reprimido por la política tradicional, para la elección parlamentaria, puerta que, en un saludable entendimiento de esto, si le abrió el PC, resultan inentendibles, si es que queremos optar por la segunda opción.
No se pone en duda que una victoria de Jeannette Jara significaría hoy el mejor escenario posible -respecto al ámbito electoral- para la izquierda chilena. La cuestión está en cuando esa claridad, expresada aún por la crítica militancia de base, organizaciones y partidos por fuera del oficialismo, se sobreexplota como cheque en blanco para concesionar las históricas demandas del campo social transformador chileno, ¿solo con el fin de la “unidad más amplia para evitar la victoria de Kast”?. Renunciar a discutir la renacionalización de nuestros recursos naturales, la condonación total del CAE, el aborto en tres causales, la gratuidad universal de la educación publica superior, poner fin a las AFP y terminar por poner en duda el sueldo vital de 750 mil pesos, son los pasos adecuados para bloquear el ascenso de el Partido Republicano?, deberíamos, al menos, cuestionárnoslo. Y de lograr, mediante este aggiornamento de quienes otrora se sumaban oportunamente a la impugnación que significó la revuelta de 2019, conquistar un nuevo mandato presidencial para la centroizquierda institucional, ¿cuál será el programa estratégico de una coalición que difiere “valóricamente”?. Si algo ha quedado claro, es que la unidad por sí sola no
resuelve el problema de la construcción de proyecto, debemos entonces trabajar para que primen los sentidos transformadores.
Es cierto que hoy el campo popular se encuentra aturdido, en un reordenamiento general, incapaz de derrotar a la derecha por sí solo. Pero debemos tener también en cuenta que, una enseñanza clara respecto de la experiencia del gobierno de Gabriel Boric, cuando se manosean las confianzas de la base social organizada, de aquellos que ponen las sedes vecinales para las giras nacionales de la candidatura presidencial, esa que convoca a los vecinos a los actos políticos donde los dirigentes partidarios llegan -casi siempre tarde- a dar sus discursos, quienes ponen en juego la legitimidad de sus espacios decidiendo llamar a votar por “la opción que enfrenta al fascismo”, la que se pasa de sus trabajos a hacer puerta a puerta en las tardes y fines de semanas, se está desfondado la principal base de apoyo para la defensa de un gobierno que aspire a ser transformador. Es cierto que solo mediante un ejercicio de unidad es que podemos aspirar a derrotar la escalada reaccionaria que asola nuestra América, más si aspiramos a construir una victoria estratégica, el llamado es a cuestionarnos críticamente, ¿unidad?, sí, pero ¿unidad con quien?, ¿unidad para qué?. Debemos preguntarnos si acaso el privilegiar los sentidos y proyectos de mismos sectores y personeros que, con total espíritu neoliberal e imperialista, llevaron a nuestro país a inmorales niveles de desigualdad estructural, será la vía efectiva para la construcción de un proyecto sólido, a largo plazo, que apunte a cambios reales y profundos para el pueblo chileno, incorporando a las organizaciones de los trabajadores, estudiantiles, los movimientos sociales y sus demandas. O acaso nos hemos resignado al posibilismo de creer que el máximo y principal logro de esta alianza será, acaso con suerte, posponer cuatro años más la conquista de la institucionalidad a la derecha, bajo una victoria electoral, pero no estratégica.
Cuestionarnos estas cosas debe ser también un llamado a conducir los espacios de unidad que generamos, hacia las propuestas y sentidos revolucionarios. Valdría recordar que la elección primaria fue ganada, con amplia mayoría, no por los partidos del socialismo democrático, sino por el Partido Comunista. Hay ahí también un deber, ante la ciudadanía que optó por la opción de izquierda, de seguir corriendo el cerco.
Corresponde hoy más que nunca a las organizaciones populares y a las bases militantes elaborar en torno a estas cuestiones, de manera crítica. Negarse siempre a aceptar de manera automática y silenciosa los marcos de esa “realpolitik” inmovilizante, rechazar las lógicas de “lo posible”, que la historia suele mostrar que más bien corresponde a lo permitido, lo conocido. Lo mínimo que merece nuestro pueblo, y la experiencia de 2019, es que nos dispongamos a pensar y actuar nuevamente de manera revolucionaria, en una perspectiva en que la política vuelva a ser para nosotros el ejercicio subversivo y creativo de
transformar lo imposible en realidad, en que se puede vivir de otra manera.
