Vie. Sep 12th, 2025

El Banco Central culpa a los trabajadores: salarios dignos serían la amenaza del empleo

Sep 10, 2025

Llama la atención cómo el Banco Central presenta la situación casi como una ley natural: el empleo cae porque “así funcionan los incentivos”. Como si las decisiones empresariales fueran un fenómeno climático y no una estrategia consciente de disciplinamiento de la fuerza de trabajo. Lo que no se dice es que, mientras los salarios reales apenas suben, la riqueza de los grandes grupos económicos no ha dejado de expandirse incluso en medio de la crisis. La ecuación es simple: más productividad con menos empleo, y los frutos concentrados en una minoría.

Por Equipo El Despertar

Una vez más, el Banco Central ha vuelto a pronunciar su catecismo: el problema del empleo no son las empresas que concentran ganancias enormes en tiempos de crisis, ni los sectores económicos que operan con márgenes obscenos, sino los trabajadores que pretenden ganar un poco más y trabajar un poco menos.

En su reciente Informe de Política Monetaria (IPoM), la entidad atribuye parte importante del deterioro del mercado laboral al aumento del salario mínimo y a la reducción de la jornada laboral a 40 horas. Como si el verdadero crimen de la economía chilena fuese que el pueblo trabajador quisiera vivir con un mínimo de dignidad.

El argumento es tan viejo como el capitalismo mismo: subir los sueldos destruye empleos. La “evidencia” que presenta el Banco Central no es más que la confirmación de una lógica que se repite cada vez que la clase trabajadora arranca una conquista: se eleva el salario, se reduce la jornada o se reconoce un derecho, y de inmediato la burguesía responde con la amenaza del desempleo. Marx lo describía sin ambigüedad: “El capital tiene horror a la ausencia de ganancia…; el capital, como el vampiro, solo vive chupando trabajo vivo, y cuanto más chupa, más vive” (El Capital, tomo I).

El informe además señala que los costos laborales más altos han servido de “catalizador” para la incorporación de nuevas tecnologías y para reorganizar el trabajo con menos personal. Dicho de otra forma, la clase capitalista utiliza la excusa del salario mínimo para justificar una ofensiva de automatización y recorte de plantillas. La tecnología no se emplea aquí para liberar tiempo de vida de los trabajadores, sino para reemplazarlos y mantener intocadas las tasas de ganancia. Engels ya lo advertía: en el capitalismo, “cada perfeccionamiento de la maquinaria significa despido de obreros” (Principios del Comunismo).

Llama la atención cómo el Banco Central presenta la situación casi como una ley natural: el empleo cae porque “así funcionan los incentivos”. Como si las decisiones empresariales fueran un fenómeno climático y no una estrategia consciente de disciplinamiento de la fuerza de trabajo. Lo que no se dice es que, mientras los salarios reales apenas suben, la riqueza de los grandes grupos económicos no ha dejado de expandirse incluso en medio de la crisis. La ecuación es simple: más productividad con menos empleo, y los frutos concentrados en una minoría.

No es casual que, en paralelo, el informe hable de un “nuevo equilibrio organizacional” con dotaciones laborales reducidas. Equilibrio, sí, pero para los balances de las empresas, no para los hogares populares que dependen de un salario para llegar a fin de mes. Lo que llaman “equilibrio” no es otra cosa que normalizar la precariedad y la expulsión de miles de trabajadores del circuito formal. En ese contexto, la informalidad aparece como el colchón natural de la economía: cuando la burguesía no quiere pagar, el trabajador es empujado al rebusque.

La respuesta del ministro de Hacienda, Nicolás Grau, resulta tibia frente al discurso dominante. Aun cuando señala que la “evidencia es débil” respecto al efecto del salario mínimo en el empleo, lo hace como quien pide permiso en casa ajena. El Banco Central, en cambio, habla con la seguridad de quien se sabe guardián de los intereses del capital financiero y empresarial, más que de la población trabajadora. Al fin y al cabo, su rol histórico no ha sido otro que mantener a raya cualquier política que amenace los equilibrios del modelo neoliberal.

En conclusión, el informe no revela ninguna verdad objetiva sobre el mercado laboral. Es, en esencia, un documento ideológico que insiste en que los trabajadores deben aceptar salarios bajos y jornadas extenuantes para no “afectar la economía”. La verdad, sin embargo, es otra: lo que afecta al empleo no es que los de abajo quieran vivir mejor, sino que los de arriba nunca han tolerado ceder una migaja de su tasa de ganancia. Como decía Rosa Luxemburg: “O socialismo o barbarie”. Y en este caso, lo que el Banco Central ofrece bajo el nombre de “estabilidad” no es más que la barbarie del mercado disfrazada de ciencia.

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