Qué sorpresa: el Ejército de Chile, esa institución que desde 1973 se ha presentado como garante del “orden”, la “patria” y la “seguridad nacional”, aparece ahora con las manos embarradas en redes de narcotráfico en la Región de Tarapacá. ¿Escándalo? No. Esto es simplemente la confirmación de que el Estado burgués no solo permite el crimen organizado, sino que lo integra como parte de su funcionamiento cotidiano.
El fiscal regional de Tarapacá, Raúl Arancibia, lo dijo sin rodeos: hay funcionarios del Ejército que colaboran con el narcotráfico, y aunque evitó entregar mayores detalles “por lo sensible de la investigación”, lo que ya se ha revelado basta para desnudar la verdadera función de las Fuerzas Armadas bajo el capitalismo chileno.
No son defensores del pueblo. Son defensores del capital. Y cuando el capital necesita crimen, crimen se le entrega.
Militares en la frontera: guardianes del libre comercio… y del narco
Recordemos que las Fuerzas Armadas fueron desplegadas en la frontera norte bajo el argumento de controlar la migración y el contrabando. Pero resulta que en lugar de cerrar el paso a los carteles, lo que hicieron fue transformarse en socios logísticos de las redes criminales.
- ¿Quién controla los pasos fronterizos? El Ejército.
- ¿Quién tiene acceso privilegiado a la infraestructura estatal? El Ejército.
- ¿Quién opera con impunidad, sin supervisión civil efectiva? El Ejército.
Y ahora nos dicen que hay vínculos entre oficiales y redes de tráfico de droga, armas y hasta trata de personas. Esto no es una excepción, es el síntoma de un sistema.
Como decía Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte:
“El Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. Pero cuando el capital no logra gobernar por medios ordinarios, llama al sable, al cañón y…” en estos tiempos, al narco.
Narcocapitalismo y Estado militarizado: dos caras de la misma moneda
Mientras los medios repiten hasta el hartazgo la narrativa de que “el país está tomado por el narcotráfico”, se cuidan mucho de no decir lo obvio: el narco no opera en contra del Estado, sino que lo infiltra, lo corrompe y a veces, simplemente, lo reemplaza.
El crimen organizado no es anticapitalista, es la forma más salvaje y brutal del capitalismo en territorios donde el Estado ya no puede asegurar acumulación legal. En esos territorios —como el norte de Chile, las favelas de Brasil o los barrios populares de México— el narco es empresa, es patrón, es poder local. Y si para operar necesita pactar con uniformados, lo hace. Porque la mercancía no se detiene frente a principios republicanos.
Y el Ejército chileno —el mismo que fusiló obreros, reprimió al pueblo mapuche, y custodió el neoliberalismo con sangre y fuego— está cumpliendo su rol histórico: defender el capital, incluso el que lleva cocaína en la mochila.
La moral selectiva de la prensa y la complicidad del Estado
Que no se vengan ahora con discursos moralistas.
Durante años, se ha repetido hasta el cansancio que el problema del narco está en los barrios, en los inmigrantes, en los jóvenes pobres. Mientras tanto, los verdaderos canales del narcotráfico —aduanas, puertos, carreteras y cuarteles— han sido zonas liberadas por funcionarios estatales.
Y cuando el fiscal Arancibia dice que la red incluye “empresarios y funcionarios públicos”, nadie se escandaliza. Porque cuando el narcotráfico se viste de terno, viaja en 4×4 blindada y hace aportes a campañas políticas, ya no es problema: es inversión.
Conclusión: el crimen organizado es capital desregulado, y el Ejército es su brazo armado
No es que el Ejército “se corrompió”. Es que nunca fue puro. Fue creado para aplastar al pueblo, para blindar al capital, y hoy —como ayer— cumple esa función con pragmatismo criminal.
Las relaciones entre militares y narcotraficantes no son un error. Son una alianza estratégica entre dos poderes que operan en el mismo territorio y con el mismo objetivo: controlar la fuerza de trabajo, asegurar la circulación de mercancías, y reprimir a los sectores populares.
Y si mañana se descubre que hay generales con cuentas en paraísos fiscales, que hay camiones militares transportando pasta base o que los uniformes verdes sirven de salvoconducto para los carteles, no será una novedad.
Será simplemente el capitalismo mostrando su rostro sin máscara: podrido, violento, y armado hasta los dientes.